Carta Semanal del Arzobispo de la Archidiócesis de Sevilla Monseñor Asenjo

15 diciembre 2013
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EN EL AÑO JUBILAR DE CONSOLACIÓN

15, XII, 2013

 Queridos hermanos y hermanas:

El pasado día 8 de diciembre tuve el honor de presidir en Utrera la Eucaristía de apertura del Año Jubilar de Ntra. Sra. de Consolación, que el Papa Francisco nos concedió con motivo del cincuentenario de su coronación pontificia celebrada el 1 de mayo de 1964, gracias a la solicitud del Cardenal Bueno Monreal y a la benignidad del Papa Pablo VI. El acontecimiento, celebrado en la plaza mayor de Utrera, en el marco de una Eucaristía solemnísima, figura escrito con caracteres indelebles en la historia de la ciudad. Asistieron numerosas autoridades nacionales y provinciales. Un cronista de la época nos dice que “al poner el Cardenal Bueno Monreal, que ofició la Misa solemne de Pontifical como Legado Pontificio, la corona en las sienes de la imagen repicaron todas las campanas de Utrera, tres bandas de música tocaron conjuntamente la marcha real y se soltaron palomas, mientras el pueblo se desbordaba de alegría. Posteriormente tuvo lugar una procesión triunfal que recorrió toda Utrera, cuyas calles se encontraban bellamente adornadas, entrando el paso de la Virgen en capillas y conventos entre un inenarrable entusiasmo de todos los utreranos”.

Con mucho gusto dedico mi carta semanal a recordar este hito de la historia de la venerable imagen de Ntra. Sra. de Consolación. La piedad popular ha meditado a lo largo de los siglos en el quinto misterio glorioso del Rosario “la coronación de la Virgen María como reina y señora de todo lo creado”. La carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” del Papa Juan Pablo II nos introducía en su contemplación con estas palabras: “A esta gloria, que con la ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, es elevada Ella misma con su asunción a los cielos, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne”. La contemplación de la coronación de María transporta nuestros corazones hacia las realidades últimas de nuestra vida. Ella, como primicia, participa en cuerpo y alma de la gloria de su Hijo. La Iglesia peregrina descubre en Ella su vocación más profunda, que no es otra que participar en el Cielo de la Pascua de su Señor.

La coronación de María como reina y señora de Cielos y Tierra ha sido enseñada por la Iglesia como verdad que pertenece a la fe (LG 59). La tradición ha interpretado siempre como referidas a la Virgen estas palabras del salmo 44: “De pie, a tu derecha, está la reina, enjoyada con oro “. El Apocalipsis, por su parte, nos presenta a María como la mujer “vestida de sol, la luna bajo sus pies, coronada con doce estrellas” (12,1). Ambos textos bíblicos tienen su reflejo en la iconografía mariana y constituyen el punto de partida del rito litúrgico de las coronaciones de aquellas imágenes de la Virgen que gozan de una extraordinaria veneración por parte de los fieles.

En el Nuevo Testamento la corona expresa la participación en la gloria de Cristo y es signo de santidad. San Pablo espera recibirla en el último día del Juez justo, junto “con todos aquellos que tienen amor a su venida” (2 Tim 4,8). Santiago nos habla de la “corona de la vida” que recibirán aquellos que perseveran firmes en la fe (Sant 1,12; Apoc 2,10); San Pedro nos asegura que es “la corona de gloria que no se marchita” (1 Ped 5,4); y, de nuevo, San Pablo la presenta como la “corona incorruptible” (1 Cor 9,25), sin parangón con la gloria efímera y los sucedáneos de felicidad de este mundo.

Dios quiera que este Año Jubilar sea para todos los miembros de la Hermandad de Ntra. Sra. de Consolación y sus numerosísimos devotos de nuestra Archidiócesis y de toda Andalucía, un verdadero acontecimiento de gracia, que renueve nuestra vida cristiana y que nos recuerde que nuestra primera obligación como cristianos es aspirar a la santidad, cada uno según su propio estado y condición. María, coronada por Dios Padre en su asunción a los cielos, y por la Iglesia como fruto del amor y del cariño de sus hijos, es el modelo más acabado de colaboración con la gracia y de disponibilidad para acoger y secundar el plan de Dios. En eso consiste precisamente la santidad, a la que Ella nos alienta, y para lo contamos con su intercesión poderosa.

La efemérides que celebramos es también una llamada al compromiso evangelizador. La Virgen entregó al mundo al Salvador. Como ella, nosotros estamos obligados a anunciarlo y compartirlo con nuestros hermanos con el aliento de la que es la Estrella de la Nueva Evangelización, como la llamara Juan Pablo II en La Rábida en 1993. Ella nos acompañará en esta tarea apremiante en nuestra Archidiócesis.

Termino mi carta felicitando de corazón a los utreranos. Les pido que en el programa de esta celebración jubilar no olviden a los pobres y a los que sufren las consecuencias terribles de la crisis económica.

Para ellos y para todos los devotos de esta advocación entrañable, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla


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