Sentido de la Función Principal de Instituto de una Hermandad o Cofradía

25 octubre 2014
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El Código de Derecho Canónico, en su canon 298 § 1, señala que entre los fines de las asociaciones de fieles se encuentra promover el culto público. La vertiente cultual, litúrgica, forma parte, pues, de la misma naturaleza de hermandades y cofradías, que siguiendo el ciclo litúrgico anual de la Iglesia, dedican especial interés a sus imágenes titulares, y celebran litúrgicamente sus respectivas fiestas. De este modo, las funciones principales de instituto de una hermandad o cofradía, promueven y expresan el sentido de pertenencia a la Iglesia en los cofrades y hermanos, y abre los horizontes de sus corazones a la universidad histórica y geográfica de la Iglesia, favoreciendo la vivencia de una espiritualidad comunitaria en el seno de la hermandad.

Hoy más que nunca, la vivencia de la experiencia de fe, siempre personal e íntima, en el seno de una hermandad o cofradía, exige la celebración de esa fe en la liturgia y luego su manifestación externa: celebrar litúrgicamente la fe en el templo y salir de él para hacernos presentes, como creyentes y testigos del Evangelio, en medio de la sociedad. Los campos donde se puede hacer presente el testimonio cristiano son diversos: el trabajo, las relaciones sociales, las asociaciones civiles, el mundo de la cultura, la política…

Celebrar la función principal de instituto de una hermandad o cofradía no es un aspecto secundario de las actividades de estas asociaciones de fieles. Antes al contrario, es fundamental y prioritaria, como celebración de la fe de la Iglesia en el marco concreto de una hermandad, a la que luego se añaden otras finalidades que quedan recogidas puntualmente en los estatutos. Por eso, una función principal de estatuto no está en contradicción con una procesión. No se trata de yuxtaponer realidades, sino, antes al contrario, de conjuntar esos dos aspectos: liturgia y piedad popular. Así, una sana integración de algunos aspectos de la religiosidad popular, antes o después o en torno a las celebraciones litúrgicas, es necesaria e imprescindible. Se evitan así dos extremos que son peligros para una sana fe: el de una religiosidad que confunde lo popular con el ir por libre, sin dejarse evangelizar y orientar por la liturgia, y el de una liturgia ‘químicamente pura’, que no es receptiva para integrar los auténticos valores de la piedad del pueblo, capaz todavía hoy de acercar a los alejados a los misterios de nuestra fe.

Liturgia y cofradías no son realidades que deban ir separadas, sino que entre ambas se impone una necesaria convergencia, que tendrá como consecuencia una vida cristiana más rica, más sólida y dispuesta a convertirse en precioso testimonio del Evangelio de Jesucristo en el mundo.

Francisco Juan Martínez Rojas

Vicario General del Obispado de Jaén y Moderador de la Curia


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