Carta del Director Espiritual para Pentecostés

23 mayo 2015
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Queridos hermanos:

Hay realidades humanas, ya sean trágicas o gozosas, que se convierten en dominio público gracias a los medios de comunicación social, que vociferan dichas realidades y noticias cuando pueden resultar interesantes. Hay otras realidades humanas que, en cambio, no son conocidas pero, no por ignoradas, dejan de ser interesantes y necesaria su divulgación para las personas.

Una de esas realidades desconocidas e ignoradas es la grave persecución que están padeciendo miles de hermanos nuestros, cristianos como nosotros, seguidores de Jesucristo.

Existe una amarga realidad en nuestro mundo, como es la persecución constante y deliberada de cristianos cuyo único delito consiste en profesar la fe en Jesucristo y pertenecer a la Iglesia. Se trata de un hecho dramático, injusto y profundamente cruento, que lleva a familias enteras a tener que huir de sus hogares, padecer persecución, ser apresados y torturados sus miembros, o sencillamente morir decapitados, crucificados, quemados o enterrados vivos. Sencillamente, cristianos martirizados en el siglo XXI. En la mayoría de los casos, violencia perpetrada por miembros del Estado Islámico ante el silencio encubridor y cobarde de los gobiernos y de los medios de comunicación de los países occidentales, como el nuestro, en el que puede ser noticia, y profusamente divulgada, cualquier acontecimiento nimio e insignificante para el crecimiento de la sociedad o del individuo, pero que el trágico acontecer de miles de cristianos perseguidos apenas ocupa una fugaz referencia mediática.

El deber moral de los cristianos es socorrernos y auxiliarnos mutuamente; por ello, debemos intensificar la oración por nuestros hermanos perseguidos (¡Son hermanos nuestros en la fe, no extraños!), pidiendo para ellos la perseverancia en el camino del Evangelio y la fortaleza en medio de la prueba; rezar por los que han sido martirizados, para que hayan resucitado a la Vida plena del Reino; y orar también por los perseguidores, por su verdugos, atendiendo a las palabras del Señor, quien dejándose llevar por el amor más auténtico y la paz más justa, nos recomendó que amáramos y orásemos por nuestros perseguidores.

Y que todo ello contribuya a nuestro fortalecimiento de la fe y a un testimonio más auténtico del Evangelio en la vida cotidiana, sin renunciar a hacer oír nuestra voz ante tantos abusos e injusticias que contemplamos en nuestro mundo, cada vez más enconado en sentimientos de enemistad.

Por ello es tan necesario invocar al Espíritu de Dios, particularmente en este Domingo de Pentecostés con el que concluimos el tiempo de la Pascua, a fin de que el Señor renueve el corazón de todos los hombres y haga de toda la humanidad una auténtica familia, donde la crueldad, el odio, la violencia y la injustica, desaparezcan definitivamente.

Junto a María, la Madre del Señor y Esperanza nuestra, recibamos este Domingo el Espíritu del Señor para que vivamos con alegría nuestra pertenencia a la Iglesia y demos con valentía razón de nuestra fe.

 Antonio José Mellet Márquez,

Director espiritual de la Hermandad

Fotografía: Pentecostés. El Greco. Museo Nacional del Prado.

 


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