Adviento, Tiempo de Esperanza por D. Antonio J. Mellet

27 noviembre 2015
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Queridos hermanos macarenos:

Ya sabéis que el año, contabilizado civilmente entre el 1 de enero y el 31 de diciembre, no coincide con el Año Litúrgico, esto es, con el ciclo que la Iglesia tiene para celebrar el Misterio de la Vida de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos, que son los misterios centrales de nuestra salvación. Así, el año comienza en la liturgia de la Iglesia el primer Domingo de Adviento y concluye el sábado posterior al Domingo de Jesucristo Rey del Universo, de manera que el próximo domingo, 29 de noviembre, iniciamos un nuevo Año Litúrgico con la celebración del primer Domingo de Adviento.

En un mundo caracterizado por el egoísmo, la búsqueda infructuosa de la fdelicidad (generalmente por caminos equivocados), el consumismo desaforado, la violencia a pequeña o gran escala, el deseo irrefrenable de sentir, la tristeza de tantas personas… se hace necesaria más que nunca la virtud de la Esperanza, esto es, la virtud que nos lleva a vivir entusiamados con la posibilidad de cambiar las estructuras de pecado de nuestro mundo y con la inercia personal que en tantas ocasiones nos aboca a la desazón. En efecto, se hace más evidente la necesidad de Dios y de los valores y virtudes que Jesucristo nos ha transmitido en el Evangelio, cuando tomamos conciencia del vacío existencial y de la tristeza en los que viven sumido un gran número de personas.

En este sentido, el tiempo de Adviento nos sitúa en la perspectiva de la necesidad de Dios que tenemos todos los hombres, necesidad que se convierte en Esperanza cuando se nos anuncia que Jesucristo, con su Buena Noticia, está cerca de nosotros.

Vivir en y desde la virtud de la Esperanza no quiere decir que vivamos fantasiosamente un mundo irreal, imaginario, mirando las estrellas y esperando pasivamente que un gran acontecimiento cambie el rumbo de la historia; eso no es Esperanza, es mera ilusión infantil.

Vivir en la Esperanza es vivir con el convencimiento profundo de que, a pesar de que todas las apariencias indiquen lo contrario, Jesús es nuestro único Salvador y, consecuentemente, el único que tiene la última palabra sobre la realidad de nuestra historia personal y social. Vivir desde la Esperanza es tener confianza absoluta en Dios y conocer que Él puede cambiar nuestro corazón, para que nosotros cambiemos el mundo y el curso de la propia historia.

En consecuencia, la Esperanza no es sinónimo de pasividad, una actitud de cruzarse de brazos ante las dificultades, injusticias, egoísmos, violencias,… que nos rodean; la Esperanza del cristiano es activa, pues nos impulsa a tomar las fuerzas del Señor y empezar a transformar nuestro mundo, comenzando por nosotros mismos. ¡Cambia cuanto haya en ti de mentalidad mundana, comienza a pensar y a vivir en clave cristiana, construye el Reino de los cielos aquí en la Tierra, fíate de Dios, abre tu vida a Cristo!

Ciertamente, ¿qué sería del mundo y de los cristianos si no tuviésemos Esperanza? Viviríamos permanentemente instalados en la desilusión y en la apatía, esclavizados aún más a nuestros pecados y circunstancias adversas; se haría insoportable hasta el más mínimo sufrimiento o adversidad cotidiana. ¡Pero no! En el Adviento se nos anuncia una Buena Noticia, en realidad, la mejor noticia: Dios se hace hombre por ti, para libertarte del sinsentido de la vida y constituirte en persona nueva. Sólo tenemos que vivir en la Esperanza que nos impulsa a abrir nuestros corazones a Cristo y vivir según su Evangelio, dejando a un lado las actitudes derrotistas o conformistas ante las circunstancias de adversidad o pecado.

En la misma medida que necesitamos la virtud de la Esperanza, necesitamos también el tiempo del Adviento que nos prepara para, en la próxima Navidad, acoger a Cristo en nuestras vidas y dejarnos hacer por Él.

Por todo ello, queridos hermanos, os invito a que viváis espiritualmente una Adviento en plenitud: que deseéis ardientemente acoger a Cristo y dejaros convertir por Él en personas nuevas; que deis testimonio fecundo del Amor de Dios y que tengáis como modelo de santidad y de virtud a Aquélla que es Esperanza Nuestra.

antonio jose mellet

Antonio J. Mellet Márquez

Rector de la Basílica

y Director espiritual de la Hermandad

Fotografía Portada: Aciprensa


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