En memoria de Félix de Cárdenas

5 diciembre 2016
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El Pintor en su estudio.

Félix de Cárdenas era un pintor velazqueño porque siempre dejaba que el espectador completara la obra.

Así tituló Rembrandt uno de sus primeros cuadros. El pintor en su estudio es una obra de juventud, iniciativa, prueba palpable del genio que daba muestras de precocidad aunque sus obras maestras vinieran después, con el sedimento de la experiencia y las veladuras del desengaño. El pintor en su estudio es una obra enigmática. Vemos al pintor a cierta distancia del lienzo, como si aún no se hubiera iniciado en el oficio y estuviera esperando algo que lo lleve hasta la trama del soporte  en blanco. ¿Qué está esperando el artista para dejar su impronta en esa superficie inmaculada? Ese misterio es el mismo que encontraron los policías que entraron en el domicilio de un grandísimo pintor sevillano. Los vecinos dieron la voz de alerta. Llevaba varios días sin ser visto. Abrieron la puerta y allí estaba. En su estudio. Sentado en una silla. Contemplando, con los ojos cerrados, una de esas barcas vacías donde plasmaba la metáfora inagotable de la soledad. Se llamaba Félix de Cárdenas.

Esas barcas de Cárdenas son las que un día vendrán para llevarnos, de la mano de Caronte, hasta la otra orilla. El artista así lo vio y tal vez por eso se sentó tranquilamente ante una de esas barcas enigmáticas como el pintor Rembrandt, o como el autorretrato de Velázquez en Las Meninas. El pintor ante el lienzo es una alegoría perfecta del hombre ante el espejo. Frente a frente, la verdad duele mucho más que en si la escondemos en los pliegues de las palabras, en los escaños de la fantasía, en las justificaciones de la razón. Félix de Cárdenas era un pintor velazqueño porque dejaba que el espectador completara la obra. Adelgazaba la forma y le daba una importancia trascendental al color. Defendió la tradición del realismo y del arte figurativo mientras se rebelaba contra la dictadura franquista: aviso para navegantes del sectarismo que confunden una cosa con la otra.

Félix de Cárdenas fue, además, un sevillano que nada tenía que ver con el brillo vacuo de lo superficial. Hondura revestida de sencillez transparente. Hay que ser muy sevillano y muy hondo para pintar el rostro de la Macarena con carboncillo que tizna el papel como si fuera el rostro del Cisquero. En ese cartel nos dejó lo único que le queda al hombre cuando la salud le atraviesa el corazón hasta dejarlo en manos de la muerte: la Esperanza. Esa carita manchada de carbón, ese cuerpo enlutado por la muerte de José… Profundidad que sólo se comprende si se palpa el silencio del estudio donde el pintor cerró los ojos para llevarse el color con él. Ayer, a la hora de su entierro, el cielo era ceniza líquida. No había rojos estallando en el compromiso social de su juventud, ni azules plácidos e inmaculistas, ni amarillos del albero que ilumina los días alegres. El color se había ido en una de esas barcas que nos dejó como una flota que nos permite mantenernos a flote en las inciertas aguas del existir. En esta ciudad de pintores, Félix de Cárdenas fue algo más que un artista. Sus colegas lo saben y lo dicen  media voz. Descanse en la paz de su pintura.

Francisco Robles. Publicado en ABC de Sevilla. Lunes, 5 de diciembre de 2016.

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