Esperanza de vida

18 febrero 2017
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Pérez Bernal y Marvizón han hecho algo grande: donarnos la música de la inmortalidad.

En la vida hay dos tipos de personas: las que podrían arrastrar una cruz como la de Jesús hasta su propia inmolación y las que no están capacitadas para asumir el único destino cierto de todos, que es ayudar a los demás hasta la muerte. El doctor Pérez Bernal es un salvador humilde, un hombre apasionado que tiene los hombros maltrechos de cargar con el peso de su fe hasta donde la Esperanza lo lleve. Se ha dejado su vida en los quirófanos para salvar la vida a esta sociedad egoísta que siempre pide mucho más de lo que está dispuesta a dar. Su ilimitada vocación de servicio es una proclamación de misericordia en mitad de un erial de vanidades. Pérez Bernal es un prohombre silencioso que ha hecho de las donaciones de órganos su razón de ser. Es un evangelista de la vida. Un compositor de ilusiones. Yo nunca olvidaré la noche en que me llamó su amigo José Luis Benavides, otro loco fantástico que impulsa los transplantes a través de su hermandad de la Vera Cruz de Utrera, para hablarme de la idea que había tenido el prestigioso intensivista sevillano. Me contó que Pérez Bernal quería encargar una marcha de Semana Santa dedicada a los donantes y me pidió mi opinión. «Es una forma de hacer apología de esta necesidad por las calles», me dijo. Fue escalofriante. El doctor me llamó seguidamente para hablarme con el corazón en la boca. Y de esas palpitaciones nació la marcha que sonará en el pregón de la Semana Santa.

Pido perdón por contar algo tan personal, pero sinceramente creo que merece la pena. Manolo Marvizón, que aceptó el encargo con más arrebato incluso que el médico, me acaba de mandar la marcha y he llorado como un eccehomo. He detectado en esa composición muchas noches en vela, muchas partituras tiradas a la basura, mucha verdad y, sobre todo, una dosis inagotable de Esperanza. Esperanza de vida. El título de la obra es la propia melodía que la sostiene. Es un canto al amor por los demás, una sinfonía que debe parecerse mucho al sonido de la inmortalidad. Marvizón es un autor sublime por eso. Porque sabe lo que quiere decir. Y además lo dice. No compone para los oídos. Compone para la conciencia. No crea para los músicos. Crea para la música. Nada más escuchar la marcha lo llamé. Perdona, Manolo, porque estas cosas no tienen que contarse, pero yo necesito desahogarme. Le dije que para hacer una obra de arte hay que tener mucho conocimiento técnico, pero sobre todo hay que tener mucho talento. Él, que está sobrado de las dos cosas, se quedó callado. Porque la modestia es la forma en que los artistas reconocen su miedo. Ese miedo sano que también se oye entre sus notas. Miedo a trascender.

La marcha se va estrenar el lunes en «El Llamador». Pero antes de que se conozca he querido contar en primera persona esta historia para poder hacer algo que me sale de las entretelas: dar las gracias. Gracias infinitas al doctor Pérez Bernal, que ha convertido el aire que respiramos en música de Esperanza. Y gracias a Manolo Marvizón, que me ha regalado el compás con el que voy a donarle mis entrañas a Sevilla.

NHD. Alberto García Reyes.

Publicado en Pasión en Sevilla.  .


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