Domingo de Ramos

25 marzo 2018
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Carta semanal del Arzobispo de Sevilla. “Queridos hermanos y hermanas: El relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos, que escucharemos en la Eucaristía de este Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, como en una especie de obertura, nos muestra los misterios culminantes de la vida de Jesús, que un año más la Iglesia nos anuncia, celebra, renueva y actualiza. A lo largo de estos días, vamos a vivir una vez más, los acontecimientos redentores, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, la más grande historia de amor, que no ha perdido actualidad, porque todavía vivimos de sus frutos saludables.

En su origen está la generosidad de Dios, que no se contenta con acercarse a nosotros de múltiples modos en el Antiguo Testamento para ofrecernos su vida y su amor, sino que en la plenitud de los tiempos envía a su Hijo para redimir al hombre, alejado de Dios por el pecado, para brindarle su amistad y hacerle partícipe de su vida.

Dios podría habernos salvado por caminos menos cruentos. Pero quiso mancharse en nuestro barro, bajando hasta lo más profundo de nuestras miserias, para llevar a cabo la obra saludable de nuestra redención, que culmina en la Cruz, pero que sigue siendo actual porque es como un río que nace en el Calvario, que no deja de correr y en cuyas aguas somos invitados a sumergirnos para limpiarnos y purificarnos.

Jesús acepta libremente la Pasión. Nadie le fuerza, sino su amor al Padre y a la humanidad. Libérrimamente sube al árbol de la Cruz, en la que le clavan cruelmente para que no pueda escapar. Desde ella extiende sus brazos para abrazarnos a todos. Permite que le abran su cuerpo, para que conozcamos sus entrañas de amor. Acepta que le levanten en alto para que todos le veamos como bandera de salvación y de victoria.

Como Siervo obediente sube al árbol del dolor, rehusando el árbol del placer y el trono del poder y de la gloria, que le mostrara Satanás en el desierto. Se vacía de sí mismo, abrazándose amorosamente a la Cruz. Su muerte se convierte así en causa de salvación para todos.

Por ello, la cruz que en la civilización romana era símbolo supremo de ignominia, en Cristo se convierte en signo de victoria. En la Cruz el Padre “lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 9-10).

En la Cruz descubrimos la realeza de Cristo, que los judíos proclaman en el primer Domingo de Ramos y que nosotros proclamaremos en la procesión litúrgica con la que iniciaremos la liturgia de este domingo, aclamando al Señor con nuestros cantos. En la Cruz se adivina su triunfo definitivo, su glorificación, resurrección y ascensión.

En este Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa del año 2018, yo os invito, queridos hermanos y hermanas, a penetrar con hondura en los misterios santos que vamos a celebrar. Vivir la Semana Santa con autenticidad es hoy más difícil que hace sólo unas décadas en las que el ambiente era esencialmente religioso. Hoy son muchas las sugestiones con que trata de seducirnos la sociedad consumista y secularizada en que vivimos. Por ello, vivir con seriedad y provecho los misterios de la Pasión del Señor en estos días santos tiene un mérito mayor.

En la liturgia vamos a renovar los misterios centrales de nuestra fe. Preparémonos a participar en ellos reconciliándonos con Dios y con nuestros hermanos por medio de una buena confesión. Busquemos espacios amplios para el silencio y la contemplación. Agradezcamos al Señor en el Jueves Santo la institución del sacramento de su cuerpo y de su sangre y visitémoslo con piedad y unción en los Monumentos. Vivamos con gratitud la severa liturgia del Viernes Santo y abramos nuestro corazón para que la sangre derramada de Cristo sane nuestras heridas, penetre en nuestro espíritu, nos convierta y nos salve.

Acompañemos al Señor con recogimiento y sentido penitencial en las hermosas estaciones de penitencia de la Semana Santa de Sevilla, que no deben ser primariamente manifestaciones culturales, ni espectáculos de interés turístico, sino expresión de la religiosidad de nuestro pueblo, camino de evangelización, llamada a la conversión y manifestaciones de piedad y fervor.

Quiera Dios que estos días nos sirvan para enraizar más nuestra vida cristiana personal y comunitaria. Ojalá favorezcan el encuentro personal con Cristo, que transforma nuestras vidas, si nosotros nos dejamos transformar por la eficacia de su sangre redentora. Ojalá que quien resucita para la Iglesia y para el mundo en la Pascua florida, resucite sobre todo en nuestros corazones y de nuestras vidas. Sólo así experimentaremos la verdadera alegría de la Pascua.

Este es mi deseo para todos los cristianos de nuestra Archidiócesis en los umbrales de la Semana Mayor. Para todos, mi afecto y bendición”.

Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla.


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