Vida, dulzura y Esperanza Nuestra

14 agosto 2013
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Nunca el anonimato fue tan conocido. Eso debe pensar quien en una probable tarde de primavera de esas que regala la ciudad eterna, que no es Roma sino Sevilla en Cuaresma, imaginara tu divino rostro inmaculado mientras el sol se posaba en la línea de horizonte que crea el espejo Guadalquivir, injusto reflejo de tanta belleza.

Tanto miedo sintió quien te mirara a los ojos después de acariciar por última vez tu nacarada piel con la punta del cincel, que ni huella quiso dejar para ser reconocido como maestro imaginero, como creador de lo imposible, como padre de la hermosura más pura que se recuerda y venera en una ciudad postrada ante el palio de la Macarena.

Fue tal el insulto que profirió a la creación, que por temor a ofender al mismo Dios, ese de poderosa  y humilde zancada que acude al encuentro de las ovejas descarriadas para ofrecerles ríos de misericordia en la plaza de San Lorenzo, que ni sus iniciales quiso grabar en una madera de amor y perdón procedente del tronco del árbol del pecado original.

Quizás fue algo ingenuo al creer que no fue el que todo lo puede el que convirtió sus virtuosas manos en herramientas para tallar a esa mocita de mirada infantil que siempre por abril, y a pesar del transcurso de los años, cumple tiernos diecinueve. Y tal fue su obra, que cuando alzó la mirada debió escuchar una voz atronadora que decía sosegada y confiada: “Hijo ahí tienes a tu Madre; Madre ahí tienes a tu pueblo”. Cristianos capaces de andar a oscuras, despojados de cobijo, agua, riquezas y aún en esas rendirte pleitesía y colmarte de alabanzas, porque se puede vivir sin aire, pero no sin Esperanza.

“TÚ que luces de luto torero en la madrugada y eres reina coronada en la resolana

San Gil amanece bajo el resplandor de cinco rosas verdes engarzadas

Que son la antesala a una puerta del cielo en forma de arco mariano

Porque es precisamente el misterio que te envuelve el que nos hace cogerte la mano

Porque no se puede ser sevillano sin calzar sandalias de romano

Ni cautivo sentenciado sin vestir de morado nazareno

No hay Sevilla sin Macarenos”.

Francisco Javier Zambrano Domínguez


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