La mejor Basílica, por Carlos Navarro Antolín

17 noviembre 2015
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DIOS está hasta en los pucheros. Y la Esperanza hasta en los contenedores. La Esperanza ni es vidrio, ni es cartón. No tiene trampa alguna. Por eso no cabe en ningún contenedor. La Esperanza se constituye en el rincón más insólito, como patrona improvisada de indigentes que rebuscan la suerte entre residuos. Su basílica está en dormitorios, comedores, habitaciones de hospital, tabernas, taxis, carteras, bolsos, puestos de abasto, peluquerías, relojerías, en las esquinas de los cuadros donde se coloca la estampa de su efigie… Y sí, hasta en los contenedores. Quienes no han tenido tacto al dejarla orillada como un árbol navideño el siete de enero, como un perrillo en la cuneta de agosto, como un recién nacido a la puerta de un convento, tampoco son capaces de imaginar que han creado un retablo improvisado para recibir oraciones. Del desprecio nace a veces lo sublime. Esta Esperanza tiene estética de los años ochenta. Altos gladiolos y oleaje de claveles rosas que van a morir en la espuma de su cara. Un estilo que revela una antigua ubicación, tal vez un cuarto de estar de habitantes de gafas gordas en el invierno de la vida. Quién sabe qué estancia iluminó esta Esperanza de marco dorado antes de que se colgara en el balcón la esquela que cierra toda etapa en una morada: se vende.

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Carlos Navarro Antolín. Redactor Jefe de Diario de Sevilla

(Publicado el 15 de noviembre de 2015 en la sección ‘Puerta de los Palos’)


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