Félix Machuca presenta Esperanza Nuestra

Cada uno viene hasta aquí con su afán y su secreto. Con su guitarra y su soleá. Con sus flores y sus ortigas. Con su oro y su pedernal. Cada uno viene hasta aquí porque es aquí donde está el sitio. El único lugar. La razón social donde habita la Esperanza. El pañuelo para las lágrimas. El buche de alegría. Decía el poeta, aquel republicano que fue rey de las letras, que “tengo estos huesos hechos a las penas/ y a las cavilaciones estas sienes:/ pena que vas, cavilación que vienes…” Siempre que vengo a verla, la miro a sus ojos y después me quedo pendiente de los demás ojos que la miran, palabras mudas, gritos en silencio, penas que van, cavilaciones que vienen. Aquí se da parte del dolor y de la alegría. Se elevan denuncias de desamparo y se reclaman sentencias firmes para librarnos de la horca de nuestras peores horas. Me estremecen la vulnerabilidad y el desabrigo. La debilidad y la derrota. Y vuelvo a acordarme del poeta cuando dejó escrito, con el amargor de un limón verde: “se me durmió la sangre en la camisa/y se volvió el poroso y áureo pecho/ una picuda y deslumbrante pena”
Qué canciones más tristes se cantan aquí en la barriga del silencio. Qué canciones más desesperadas vuelan al cielo de gente que llevan cardos y penas por corona. Qué estrofas más heladas repican como campanas tristes de barcos que anuncian su naufragio. Y todo está escrito, dibujado en esos ojos que vemos reclamar de los suyos, de los ojos de la Señora, una suave caricia de la vida, un leve beso que nos ayude a convertir nuestro invierno en una primavera. Y cambiar la lana por la seda. Este es el sitio. Este es el lugar donde se viene a pedir y te vas a la calle sin el dolor y la tristeza que traías. Porque nuestra Madre, la Madre de Dios que habita en esta Resolana celestial, está aquí para eso: para curarnos la herida, cortar la sangre y llenar la descuartizada alma de Esperanza. De alegría. De fiesta. Aquí entras con las lágrimas hechas minerales en tus manos. Y te vas con los ojos como soles del trópico, como el negro Guillen decía: “ después del agua, el sol entreabre un ojo/ y se queda mirando el paisaje…” Ahora el paisaje es otro. Porque aquí entró un doliente, con su corazón oxidado, y salió una garganta por alegría cantando aquello de Antonio Mairena: “Y te vi desde el balcón/ayer pasé por tu calle/Ca vez que se mira al cielo/ se ve la gracia de Dios”.
Un día grande, Miguel Loreto, tras una noche espectacular y apoteósica, llamó a su gente ahí afuera, a la vera ya de la basílica, con el sol calentando garrapiñadas y el cielo intentando jugar con los globos perdidos. Y tras dar el último martillazo le dijo a los suyos: si no habéis visto hoy a Dios es que estáis ciego. Otro día grande, una niña con síndrome de Down, en la calle Francos, depositó sobre el palio de la Esperanza una carta escrita con un corazón inmenso y su firma inocente: Mari Cruz. En la noche más hermosa de nuestra Semana Santa un compadre le pide al otro el favor de su vida: Antonio, tú que vas a acompañarla durante toda la noche, ponle una estampa en su manto y me la das como medicina para el alma. Un pregonero que aún no lo es pero que lo será y saldrá por el Maestranza como salió su hijo por la Monumental de México quiso salir vestido de morao por una cuestión de salud. No era un resfriado lo que tenía. Ni un uñón infestado. Era una guasa con mucho malaje en la sangre. Él confiaba en la Medicina, en los buenos médicos que tenemos, en las buenas terapias que esos hombres son capaces de desarrollar para que la enfermedad nos sea leve. Pero sobre todo confiaba en su nazareno de la Sentencia. Y movió el cielo y la tierra. Y no paró hasta que salió pegado a la tierna mirada de su mejor especialista. Ese que sufre sentencias infames y las acepta por la salvación de los hombres. Y nuestro pregonero se curó. Y ahí está: empapando las primeras líneas de su pregón con el olor de las castañas y los soles de este noviembre que nos ha salido marceño de tibieza prematura. Tan divino lo dejó el que manda en el cielo que, apúntenlo bien, un día de estos lo llaman para sustituir a Rubén Castro en el equipo de su alma, por allí por la Palmera. Esta casa que cobija a la Madre de Dios y que nos da calor y ternura a los que pasamos frío y vivimos la dureza de los sinsabores, esta llena de grandes y pequeños naufragios, de emigrantes que huyen de las tierras del olvido, de héroes del silencio diario que necesitan el confort de la tregua, de hombres y mujeres que el mar de la existencia, tan colérico como tempestuoso, estrella contra las rocas sin más compasión que la que pueda tener por una botella de plástico a la deriva. Todas esas catástrofes personales, los malos días que suceden a los de vinos y rosas, tienen su Esperanza aquí. Por eso me declaro hijo adoptivo de su dulzura y de su mirá. Hijo necesitado de sus manos y de sus lágrimas. Hijo mortal y terrenal que la pretende a su vera, lejos de ese altar que es un cielo inasible para mis cortos alcances. Te quiero, Esperanza, en tierra, sin platas ni oros, sin esmeraldas ni mantos de emperatriz oriental. Te quiero breve y suave, madre y comadre, para decirte lo que ven mis ojos cuando tus ojos me miran, para agarrarme a tu regazo cuando mis piernas flaquean, para llorar sin complejos cuando la pena me venza, para besarte como besaba a mi madre, para reñirte si me olvidaste tan solo un instante, para ronearte y decirle a mis amigos del otro lado del río: no veas quillo la muchachita tan guapa que he visto hoy en la Macarena. Así te quiero, Madre mía. Así me tienes a tus pies y a tus brazos. Y así vuelvo al poeta republicano para decirte lo que yo soy incapaz de expresar pero no de sentir: “Te me mueres de casta y de sencilla/ estoy convicto, amor, estoy confeso de que raptor intrépido de un beso/yo te libe la flor de la mejilla” .
Cada oración es una cuenta de rosario. Y aquí, junto a la niña guapa del Atrio, vive Rosario, la que ha hecho sus cuentas de nácar con las salves silenciosas de los que la imploran. Hay un lugar en esta casa de Esperanza que a mi me pone la carne de gallina y un entripao gordo en la boca del estómago. Es el libro de firmas del Besamanos de la Virgen de la Esperanza…Donde seres anónimos, cercanos y lejanos a nuestra geografía, dejan sus anhelos y deseos a la Virgen de las viejas huertas y los callejones. A la Virgen que convierte la calle Feria en una Feria al alba. Y a Parras en la Quinta Avenida de Nueva York llena de romanos. Quiero leeros algunas que se me quedaron clavadas en el corazón. Escuchen: “Prometo no volver a perderte nunca” O esta otra: “Un beso par Papa”. Y esta: “No te merezco pero te necesito”. Y no me resisto a dejar de leeros esta otra: “A ti madre de cielo y tierra, mi Esperanza, no me dejes nunca y ayúdame a vencer mi enfermedad”. Por último una simple, hermosa y breve declaración de amor: “Te quiero”. Este pregón sin firma, esta emoción escrita, este poemario del alma que del alma sale y al alma llega, es una de las secciones preferidas por todos en el Anuario de “Esperanza Nuestra”. El mismo que, por enajenación mental transitoria, estos que ven ustedes a mi lado, me invitaron a presentar. Os doy las gracias de corazón. Porque yo solo presento amistades y, en la mili, más de una vez me hicieron presentar armas. Pero responsabilidades como esta, presentar el Anuario de la Macarena, es la primer vez que lo hago. Y lo hago, como os dije antes, porque hay mucho majareta suelto por ahí que me quiere demasiado. Créanme que mi temor más grande era no estar a la altura de la trabajadera. Que me arringara como un cuello de trapo cuando más casta hacia falta para hacer brillar con mis torpes palabras un Anuario de esta factura. Un exquisito trabajo de edición, selección e impresión. Una publicación de vanguardia que cumple su primer lustro con un despliegue de fotos, firmas y claves macarenas. Pero ordenemos los tramos para que la procesión salga como exige la autoridad.
Primer tramo. Saluda del Rector de la Basílica de la Macarena y Director Espiritual de la Hermandad, Antonio José Mellet Márquez, que titula su artículo “Descubriendo a la Esperanza” tras un año con los macarenos. Elijo esta frase de sus sinceras palabras: “He descubierto, en definitiva, la mirada de la Esperanza, y con ella, su corazón materno de amor y ternura”. Tras él, nos estrecha la mano otro saludo de jerarquía. El del “number one”, el Hermano Mayor, Manuel García García, de quien subrayo las palabras de reconocimiento y elogio que tiene hacia la gente corriente, esa sociedad anónima que, en silencio y tras la escena, hace, trabaja y construye la Hermandad: “Gracias a Ellos se fue labrando la gran Hermandad, la que hoy conocemos. Pero nada hubiera sido posible sin la participación de sus Hermanos y devotos, esos que no salen en las paginas de esta publicación, pero son sostén y puntal firme donde se fija nuestra grandeza.” Tras estos dos saludas viene un álbum de imágenes bellísimas, esplendorosas, de los sagrados titulares macarenos. No hay palabras para describir imágenes tan bellas. Son, os lo digo, el mejor colirio que puedan recibir nuestros ojos para poner en fuga la conjuntivitis de la vulgaridad. Tras esas fotografías hay nombres, hombres y sentimientos. Artistas que sin ánimo de lucro nos regalan instantes sublimes. Yo voy a dejar aquí esta noche el santo y seña de estos colaboradores mágicos: Ana Ortega, José Manuel Serrano, Miguel Expósito, Javier Gotor Rodríguez, Arturo Candau, Carlos Valera, Fernando García Arcos, Francisco Narbona, Álvaro Heras, Emilio Sáenz y el fondo impagable de la Fototeca Municipal de Sevilla. De ellos son el Imago mundi de esta sobrenatural Casa tocada por el Espíritu. Tras ese álbum inabarcable el Anuario se ocupa de la letra y el conocimiento de nuestro artesanal patrimonio. Muy recomendable el trabajo titulado “La túnica bordada en plata del Señor de la Sentencia” de José Luís Sánchez Expósito y Andrés Luque Teruel. Y cierro este tramo con las palabras de Emilio Sáenz Cembrano, autor del cartel de la Esperanza de este año, donde confiesa la osadía del mismo, un encuadre atrevido, “pero lo hice confiando de que Ella admite que la enfoquemos con planos e iluminaciones muy distintas sin perder por ello su hermosura”. A la vista está…
Segundo Tramo. Paladeen la historia de un macareno que, embarcado en el Juan Sebastián Elcano, lloró como un niño escuchando por radio la Coronación mientras zarpaban de Nueva York. Es la historia de alguien que descubrió que nunca se está solo en mitad del mar. Su nombre José Fonseca Sánchez. Firma el reportaje una mano segura, firme y brillante del periodismo más joven y macareno en la sección Cirio Morado-Cirio verde: Alejandro López. La periodista Pilar Eyre, finalista del Planeta del pasado año, nos descubre una vivencia muy privada, donde la muerte y la vida se van rifando en su corazón y cuyo artículo titula “Esperanza mía”. Os confieso que tengo un lacrimal sensible. Pero creo que esta historia que nos cuenta Pilar hace llorar a las piedras. Irrenunciable. No se lo pierdan. La fidelidad macarena tiene su sitio: hermanos con más de cincuenta y sesenta años leales al espíritu del Arco. Seguro que conocéis a muchos. Y la malla. Esa malla donde pescamos los sentimientos a corazón abierto que deja la gente escritos en el Libro de Firmas. Os espigo un par de ellos. “Señor de la Sentencia, dame la fe, la fuerza y la valentía necesarias para afrontar con decisión las injusticias”; “Madonna della Speranza prega por noi”: “Mi rodilla, Señora. Fuerza para la Madrugada”; “Un año más me tienes aquí para besar tu mano. Que es como besar el cielo”
Con el engollipao en la garganta cierro este segundo tramo con un artículo de José Antonio Fernández Cabrero, Consiliario de Asistencia Social. Hombre de verbo fluido y de garganta valiente. Tan valiente que se atreve a cantar flamenco siendo de Santander. Los milagros de esta casa son los más grandes… De su artículo titulado “La que cura toda herida” entresaco esta frase que es resumen absoluto de un estado de conciencia: “Estamos obligados a dar testimonio no espectáculo”. Y que cada cual lo entienda como pueda.
Tercer Tramo: La última levantá, relación de hermanos que nos dejaron y que ya están viéndole los ojos, cara a cara, a su Madre; “Sentencia” artículo del abogado y profesor de Derecho José Antonio Fajardo Romero; “Esperanza para el camino”, firmado por José Román Flecha, catedrático de Teología moral; “Rosario, la oración de la Esperanza”, cuyo autor es Antonio Romero Padilla, párroco de San Martín de Carrión de los Céspedes. Y de las alturas teologales bajamos al sudor de los costales para adéntranos con Antonio García Rodríguez en su trabajo “Los pioneros. 40 años soñando…” donde el artículo se ilustra con los estadillos de los ensayos de 1976 y el cuadrante del mismo año, iluminando el polémico tránsito de las cuadrilla de profesionales a la de hermanos costaleros. Y con música quiero cerrar este tramo: Santiago David Álvarez Ortega nos hace una semblanza histórica de la Banda de la Centuria. Disculpen si me olvido de algún trabajo que debiera figurar en primer plano. Pero vuestra es la capacidad de descubrir y seleccionar cuando tengáis esta joya de Anuario entre vuestras manos. Lo cierro recomendando el homenaje merecidísimo que Elena Hormigo León le brinda a cuatro fotógrafos para tres décadas: Gelán, Serafín, Vilches y Cubiles. La hermandad de la Macarena a través de sus cámaras. O dicho de otra forma: los ojos con los que la vieron nuestros padres y abuelos. Una vista al pasado para confirmar que lo eterno siempre se vive en tiempo presente.
Gracias por vuestra atención. Y antes de despedirme os pido solo un momento, a lo largo de esta noche, para pensar en lo que es capaz de hacer el hombre cuando toma a Dios en vano para justificar nuestras más abominables pretensiones. Rueguen por Francia. Porque rogando por Francia también estamos rogando por nosotros. Hay fines de semana que son una película de terror y maldad sin límites dirigida, sin dudas, por el director más cruel de la escuela de Satán. Rueguen por Francia y reciten con ese anónimo pianista que se echó a las calles de Paris una de mis estrofas preferidas del Imagine de J. Lennon: “Imagina a todo el mundo/ compartiendo el mundo…” Que así sea. Y cuanto antes, mejor. Gracias por vuestra condescendencia.
J. Félix Machuca