El beso macareno

18 enero 2012
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El pasado jueves amaneció distinto. La Virgen de la Esperanza, la de la estampa en la cartera y viejos azulejos del barrio,  había abandonado su camarín, para a pocos días del nacimiento del niño Dios, recibir los besos y caricias de todo aquel que se acercara a su casa.

Durante estos días, próximos a su fiesta, en los que la que es “bendita entre todos las mujeres” está más cercana, tan sólo había que mirar a las personas que pasaban ante Ella para darse cuenta de la infinidad, la intensidad y la intimidad de los momentos vividos.

Aún recuerdo la emoción y las lágrimas en los ojos de aquella anciana, que postrada en una silla de ruedas y con una vieja medalla entre las manos temblorosas, se acercaba lentamente a la Virgen. Rodeada de su familia, se incorporó levemente para dejar su beso en la mano de la que la vio nacer. Aquella mujer, a la que abrazaba su nieto, y a la que se le escapaba de los labios un “gracias” ante la mirada de Madre de los hombres, había visto por primera vez a la Virgen de la Esperanza en los lejanos años veinte, cuando apenas era una chiquilla de pocos años. Desde entonces, ningún año ha faltado a la cita. Pero esta vez era distinta, consciente de su aquejada salud, sabía que, probablemente, ésta sería la última vez en tenerla tan cerca.

Es quizás, en instantes como éste, donde reside el misterio de la que custodian almenas, la alegría y expresión que dejó en la anciana, inútil de intentar describir, escapaba a la razón. Éste, es un mero ejemplo de lo vivido estos días pasados en el templo de la Resolana, antes de que en la noche del domingo, la Virgen de la Esperanza volviera a ascender las escaleras, para volver al cielo de mármol y plata que, para Ella, hiciera Marmolejo.

De tal forma, entre la alegría propia de la cercanía de la Navidad y coros de campanilleros, la Sevilla cofrade, y también, la no tan cofrade, se acercó a besar las manos de la Virgen de la Esperanza. Unas manos, que a pesar de ser de madera, se hacen humanas y cruzan la puerta y reja del atrio, para estar donde más se necesitan. Las manos de la Esperanza están en quien  cuida a un niño desamparado, en quien da salud al enfermo de un hospital, en quien ayuda al pobre y da de comer al hambriento, y en quien da aliento a tantas y tantas familias, que en estos tiempos difíciles, están siendo desahuciadas.

Así, la multitud de hombres, mujeres y niños, que sin distinción de clase, han querido disfrutar de la cercanía de la Virgen de la Esperanza, ha sido llamativa y, ¿por qué no decirlo?, emocionante y conmovedora. Escapó a lo previsible. Dicen, que es quizás en estos momentos de crisis cuando las personas se aferran más a la Fe y al sentimiento de la Esperanza. Al fin y al cabo, como ya dijeron los sabios en la antigua Grecia: “la esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que todo lo han perdido, aún la poseen”.

 

NHD Javier Alba Gallardo


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