Carta semanal del Arzobispo, Monseñor Asenjo

1 febrero 2015
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Jornada de la Vida Consagrada

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la Jornada de la Vida Consagrada, en el marco del año dedicado por el papa Francisco a nuestros hermanos consagrados. En este año, inaugurado el primer domingo de Adviento, damos gracias a Dios por el don precioso que supone para la Iglesia la vida consagrada y visibilizamos nuestro aprecio por este género de vida y por el signo extraordinario de la presencia amorosa de Dios en el mundo que son los consagrados, testigos de la misericordia divina y anticipo y profecía de lo que será la vida futura.

Nuestra Archidiócesis tiene el privilegio de contar con la colaboración generosa de más de ciento cincuenta religiosos sacerdotes, muchos de los cuales trabajan en tareas parroquiales. Contamos también con el compromiso evangelizador de mil novecientas religiosas de vida activa, con un número estimable de miembros de institutos seculares y sociedades de vida apostólica y un pequeño número de vírgenes consagradas. Unos y otros trabajan con abnegación en la escuela católica, en la pastoral de la salud, la cárcel, la catequesis o el servicio a los ancianos, los enfermos y los pobres. Contamos también con más de 550 religiosas claustrales en 37 monasterios, una verdadera fuente de energía sobrenatural para todos.

En la carta circular titulada Alegraos publicada el 2 de febrero de 2014, la Congregación para la Vida Consagrada señalaba los objetivos de este tiempo de gracia que el Papa ha regalado a los consagrados: reverdecer la alegría personal y comunitaria de quienes han tenido la dicha de encontrarse con Jesús y de entregarle la vida. Nadie más que ellos tiene derecho a vivir un gozo recrecido y rebosante porque Jesús llena el corazón y transforma la vida de quien se entrega a Él. «Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (EG).

En este año, la Iglesia invita a los consagrados a dar razón de su alegría, que nace de la conciencia de haber elegido la mejor parte. En este año la Iglesia os invita, queridos consagrados, a despertar, como afirma el documento de la Congregación, de una vida a veces tibia, triste y adormecida, para provocar en vosotros decisiones evangélicas, con frutos de auténtica renovación, fecundos en alegría. Se os invita en definitiva a reverdecer vuestro amor primero y a restaurar la soberanía de Dios en vuestra vida. La alegría no es un adorno superfluo. Es una actitud consustancial al consagrado.

En ocasiones, nuestra tristeza tiene como origen la huida de la Cruz. En otros casos tiene como causa la desvitalización espiritual, el debilitamiento de la vida interior, el abandono de la oración y de los medios ascéticos que la Iglesia siempre nos ha recomendado para mantenernos frescos y alegres en el servicio al Señor y a nuestros hermanos. De estos consagrados dice el papa Francisco que no viven en la “tierra de la alegría”. En este año de gracia la Iglesia invita a los consagrados a robustecer la alegría a pesar de todos los pesares evocando con gozo la primera hora de vuestra vocación, «el momento en que Jesús [nos] miró» y nos dijo: “¡Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo!”. ¡De ahí nace la alegría!, nos dice el Papa.

En este año de gracia habéis de soplar con fuerza en los rescoldos para reavivar la llama de la vocación, para reencontrarnos con el cimiento que da consistencia, sentido, esperanza y alegría a vuestra vida, que no es otro que el Señor, pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo (1 Cor 3, 11). Si hemos buscado otro cimiento, otro punto de apoyo para nuestra vida, personas, cargos, prestigio…, hemos de volver a la opción inicial para dejarnos de nuevo reconquistar por el Señor, que sale cada tarde a otear la vuelta del hijo pródigo y que siente la pasión de reconquistarnos (cf. Fil 3,14), para hacernos entrar por la via amoris, por un nuevo enamoramiento, para entrar de nuevo en el camino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1-12). En Él hallamos la felicidad y la alegría, la alegría del sí fiel, que nos libera, como dice el Papa, «del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (EG 1).

Sólo así encontraremos la perfecta alegría, la ternura y la consolación de Dios, que se muestra con nosotros como una madre que se desvive por su hijo. Sólo desde este pilar podremos llevar la alegría y ser consoladores de nuestros hermanos. El papa Francisco confía a los consagrados esta misión: consolar al pueblo de Dios y testimoniar su misericordia, comenzando por los miembros de nuestras comunidades. Se trata de llevar a nuestros hermanos el abrazo de Dios, que es muy necesario en un mundo como el nuestro en el que hay tanto dolor, en el que impera la desconfianza, el desaliento, la depresión, la fragilidad, la debilidad, el individualismo y los intereses personales.

Felicitando a los consagrados en su Jornada y en el año a ellos dedicado, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina. Arzobispo de Sevilla

 


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