Por mediación de la Esperanza Macarena
Cientos de personas acuden cada día a las plantas de la Virgen para pedir su intercesión. En muchos casos se obra lo que los cristianos denominan milagro.
Aferrándose a la Esperanza todo se logra. Eso, al menos, piensan los creyentes. Esto hicieron los protagonistas de estas historias que siguen. Milagros para unos; casualidades para otros. Pero siempre a través de la Virgen. Escuchándolas de viva voz provocan un continuo escalofrío, el brote de alguna que otra lágrima y sobre todo un resurgir de la fe. Es la Esperanza Macarena. Por José Manuel de la Linde.
No todo está perdido debe pensar Miguel Moreira cuando acaban de comunicarle a la madre de su mujer que padece un carcinoma en la lengua. Inspirado en la mirada de la Macarena es capaz de salir de lo más profundo del pozo y agarrarse a una ilusión. No es más que la Esperanza.
Todo comienza meses antes. A Asunción Galán, de Sanlúcar de Barrameda, le han tratado una lesión en la lengua que termina siendo muy grave. Tras una biopsia obtienen los resultados más negativos que pudieran esperarse. Miguel Moreira no se lo piensa y recurre a Fernando Cabezuelo. Es aquel miembro de junta que tan bien les trató en la peregrinación de hermandades por el Año Jubilar. Entre lágrimas descuelga el teléfono y al otro lado la voz siempre amable de Fernando “…era por los días del septenario. Le conté lo ocurrido y enseguida me dijo: tú no te preocupes. Le voy a poner un pañuelo a la Esperanza bajo el manto y que va a estar durante los siete días de culto. Luego venís a recogerlo”. Así lo hicieron. Fueron a Sevilla y siguiendo las instrucciones del consiliario entregan el pañuelo a Asunción “la fe en estos casos pende de un hilo. Yo sabía que lo que venía era muy malo, incluida la quimio” recuerda Miguel. Desde aquel día el pañuelo pasa a ocupar el lugar más privilegiado, debajo de la almohada de la enferma.
Llega el momento de la intervención y al abrir, los facultativos ven que apenas hay mal. Tienen que extirpar mucho menos de lo previsto. Anatomía patológica examina y concluyen que el resultado es negativo y el cáncer ha desaparecido. En este momento de la narración nuestro interlocutor, Miguel, no puede evitar las lágrimas. “Claro que es atribuible a la Virgen. No me cabe duda. Conté a los médicos la historia, pero normalmente son reacios a admitir esto” concluye. Llama enseguida a Fernando Cabezuelo para comunicarle la buena nueva. Ambos se alegran y como no podía ser de otra forma le dan gracias. En cuanto se siente recuperada, Asunción acude a la Basílica en compañía de su hija Esther, médico de profesión.
Hoy día el pañuelo sigue bajo su almohada. Y esto, pese a que Miguel quiso llevárselo para ponerlo detrás de un cuadro de la Esperanza cual reliquia milagrosa. La suegra no lo permitió. La fe mueve montañas.
“A la Macarena le atribuyo que mi hijo pueda andar”.
Noemí Montes, con 39 años, ya sabe lidiar con los más duros reveses de esta vida. Con tan sólo tres años, en octubre de 2014, le detectan un cáncer de médula a su hijo. Esto, le dicen los médicos, le va a dejar en una silla de ruedas de por vida. A Pablo le han extraído el tumor, pero ya es tarde. Desde el materno infantil de Málaga, esta familia de Alhaurín de la Torre, acude a un centro especializado de Toledo “…allí estuvimos un año y nada más llegar me lo pintan más negro aún. Me dicen que enseñarán a mi hijo a manejarse con la silla pero que de andar nada. Pese a que soy fervientemente cristiana y creyente, en estos momentos el mundo se te viene encima” recuerda.
El pequeño comienza aquí sus sesiones de terapia. Noemí deja atrás las cientos de fotos y reliquias que inundaban la habitación del hospital de Málaga “…me fui muy perdida y sin esperanza”. Ésta le llega en una noche desesperación buscando no sé qué en el bolso: allí aparece. Un imán, de estos que se pegan en el frigorífico, con el rostro de la Virgen “lo habíamos comprado en una visita a la Macarena como recuerdo para mi madre, pero allí había quedado olvidado”. Esta madre crea el lazo verde de conexión con la Virgen fijándolo a la cama de hierro del pequeño que duerme plácidamente.
A los cinco o seis días, Noemí observa cómo el niño empieza a mover las piernas “…eso son espasmos, me dicen los médicos, pero yo no puedo dejar de preguntarme cómo es que las mueve ahora si antes no podía para nada”. Confía y se abre en ella un rayo de Esperanza. Todo queda ahí y Pablo continúa su tratamiento siempre asistido por un fisio “…le actuaba siempre con sus manos en sus miembros inferiores y le animaba a subir las piernas. Nunca hubo resultado. Hasta que un día sí lo hizo. De repente. Ahí me llegó la Esperanza” recuerda muy emocionada Noemí. Pasaron diez meses y este pequeño con cáncer de médula echó a andar. Así, manteniéndose por sí mismo se presenta meses después ante la Macarena quien lo acoge entre los pliegues de su manto. Aquellos que vieron al niño en carro de ruedas y lo ven hoy en el camarín no pueden pensar más que en la mediación de la Virgen para que se haya obrado el milagro. “Para mí, mis titulares de la hermandad de la Oración de Málaga me lo han curado y luego la Esperanza hizo que anduviera” concluye Noemí. Pablo tiene hoy día seis años y conoce toda esta historia. Su mamá se lo ha contado “…cada vez que vamos a la hermandad, donde nos tratan con enorme cariño, él mismo lo recuerda y me dice esta es la Virgen que me enseñó a andar”. Pablo vive aún unos años muy duros con el tratamiento de quimioterapia. No son pocas las recaídas, pero ya nunca iba a faltar la Esperanza.
Desde Los Palacios andando para darle gracias.
Juan Manuel Curado, de Los Palacios y Villafranca, tiene grabado a fuego aquella tarde en la que tras salir andando desde su pueblo, sólo y sin conocer los caminos, se postró a los pies de la Virgen.
Tiempo atrás, con 27 años, una meningitis le ha tenido durante seis meses postrado en la cama de un hospital. Muchos días en coma y su familia ha perdido toda esperanza de que salga de esta situación. Ella siempre llega. No duda en atribuir su sanación a la Macarena. “…una noche sentí una paz interior enorme. Desperté y lo primero que se me vino a la cabeza fue la imagen de Virgen. Fue como un zamarreo, una llamada que me hizo volver a la vida” su padre estaba a su lado y lo primero que le dijo es que tenía que ir a ver a la Macarena a su basílica. Hoy por hoy, nuestro protagonista, con 39 años de edad, es un deportista activo, amante del ciclismo y la música.
De aquella peregrinación espontánea, nació otra que cada año congrega dos autobuses llenos de palaciegos ante las plantas de la Esperanza. En su primer viaje a pie “…cuando no sabía bien por dónde tomar. Cogí los caminos que siguen los agricultores”, Juan Manuel pasó antes por el convento de Santa Ángela y llegó a la Macarena. Más de diez minutos rezando, agotado, derrumbado y alguien que le invita a subir al camarín “…cuando extenuado rompí a llorar, alguien apareció, no recuerdo quien, y me invitó a subir. Lo catalogo como un ángel”. Cumplido el periplo, Juan Manuel telefoneó a su familia para que fueran a Sevilla a recogerlo. Sus padres no daban crédito a lo ocurrido.
Asidos a la Esperanza justo antes de partir.
De todo esto da fe Fernando Cabezuelo. Como consiliario se encarga del protocolo de la hermandad, en este sentido. Recordando estos casos se emociona y le resulta difícil mantener la conversación con una quebrada voz al otro lado del teléfono. “La Virgen provoca que resurja la fe” mantiene con seguridad.
No siempre todas las rogativas terminan bien o hay que asistir a momentos en los que el enfermo deposita los compases finales de vida en la Virgen. Un caso de estos lo recuerda cuando, hace seis u ocho años, ejercía como fiscal en la junta de gobierno. Cada tarde veía como una señora acercaba hasta la reja del presbiterio a un señor mayor en carro de ruedas. Cada día el mismo ritual: llegaban, rezaban, el abuelo le hacía un pequeño gesto con la cabeza a la mujer y se iban. Tras el verano no los vio más. Al cabo del tiempo se cruzó con esta señora y pudo preguntarle “…era mi padre. Ya falleció. Tenía cáncer de pulmón y me pidió en sus últimos días que lo sacara del hospital pero que lo llevara ante la Virgen de la Esperanza” recuerda Cabezuelo. La mujer así lo hizo. Este hombre pudo rezar y buscar consuelo ante la Virgen hasta en la misma jornada en la que poco después de rezar ante la Macarena expiró.
Otra jornada sin igual para Fernando, la de la beatificación de Madre María de la Purísima. Pero sobre todo cuando posaron a la Virgen ante el hospital que lleva su nombre y ante sus enfermos. Aquello no fue fácil. Fernando recuerda el caso de una hermana muy enferma. Dos días antes de que llegara la Virgen, a la que ésta tenía enorme devoción, los médicos querían trasladarla al Hospital del Tomillar, en Dos Hermanas. “Tuvimos que mover cielo y tierra, pero lo conseguimos. La familia acudió a la hermandad para que mediáramos. Aquella noche, cuando la Virgen se acercaba, tuvimos que luchar mucho para bajarla a la puerta y conectada a numerosas máquinas”. Entre cables, con su medalla al cuello, la pudo ver más cerca que nunca. Y de eso se encargó Fernando que casi sube el paso por las escalinatas. A los cuatro o cinco días, esta hermana se fue al cielo de la mano de su Virgen de la Esperanza.
Todos los días Fernando, junto al resto de la junta de gobierno, se desvive por hacer feliz a aquellos que lo están pasando mal. Su religión es esta: “la Virgen media, consuela, reconforta… y alguna vez intercede”.
Publicado en ABC-Pasión en Sevilla Nº 93 de enero 2017. Autor: José Manuel de la Linde.