Sevilla es Esperanza en el pregón de Semana Santa 2017
Sevilla es Esperanza
Después de pedirle perdón al Señor regresé, andando a solas por mí mismo, buscando atajos en mi conciencia, junto a la Virgen. A estas alturas les ruego que se quiten el reloj porque aquí termino mi deambular y a partir de ahora ya no sé medir. Sé simplemente esperar. Yo me puse allí, compungido, junto a Ella, porque ya no pude recuperar mi sitio, y me concentré en mirar algo importantísimo que durante años había tenido delante y nunca había sabido ver.
Hay detrás de la Esperanza cinco hombres callados, cinco ángeles de paz desapercibidos, que llevan guantes de gamuza. Yo los llamo los “manosblancas” de la Virgen. Los escoltas de su rastro. Durante la Noche de Sevilla esos cinco centinelas van ahí, silenciosamente, de promesa y oro, sacando los brazos que se cuelan por las rendijas de la devoción en las entrañas del tisú. Son los guardianes del gañafón, los llamados guardamantos, los que van evitando el pellizco porque el pellizco sólo lo da Ella. Esos cinco celadores de la despedida, los primeros hombres que pisan las pisadas que va dejando la Esperanza, son notarios de una verdad que sólo conocen ellos: el poder de devastación que tiene esa chiquilla, la única niña de la ciudad, del mundo, capaz de hacernos comprender el auténtico dolor de su Hijo. Que somos débiles, pecadores. Que todos nuestros vítores se quiebran en un llanto redentor cuando Ella pasa, cuando se va y nos deja solos con nosotros mismos esperando otra vez que el círculo del tiempo nos vuelva a poner la Esperanza de cara. ¿O acaso no han tenido nunca la tentación, nada más verla pasar, de quedarse en ese mismo sitio todo el año hasta que vuelva a aparecer de frente? Los “manosblancas” van por detrás sin verle la cara porque su cara está en la de la gente cuando Ella pasa, en esos espejos nocherniegos por los que cae la escarcha del llanto. Esos cinco hombres son quienes mejor saben en esta ciudad que el verdadero poder de la Virgen consiste en arrebatarnos nuestra armadura y dejarnos desnudos cuando pasa. Ellos son testigos de la algarabía con la que la recibimos y de la congoja con que nos deja. Esos “manosblancas” saben que la Virgen es un huracán que se lleva cada Viernes de la Muerte todas las supercherías de la ciudad y transforma los vivas y el folclore en una masiva redención cristiana que llena de lágrimas las pilas con las que cada año renovamos nuestro bautismo. Por eso el tiempo de Sevilla es una dimensión que va desde que Ella termina de pasar hasta que Ella vuelve de nuevo. Sevilla es lo que hay entre su espalda y su cara.
Es el gajo de amargura que deja detrás transformándose en mermelada cuando otra vez se nos acerca. Y los “manosblancas” son los finos relojeros de esa Esperanza, los guardaespaldas de la Sevilla eterna que habita en la hermosura del rostro de la Virgen, esa historia de nuestro paraíso terrenal que está resumida en su pellizco y que intento escribir ahora sobre un retal de tisú para acabar este delirio por el que les he llevado. Ea, que ya está aquí la chiquilla de la Muralla Vieja. Que empieza todo otra vez. Abran los ojos, sevillanos, que el círculo vuelve a cerrarse. Esta es la Buena Noticia que traigo:
Sevilla es Esperanza. Y ante la Esperanza el tiempo vuela con la misma certeza con la que después de Ella la ciudad esperará de nuevo. Por eso, Madre, voy detrás de tu llanto gimiendo a voces…
Después de ti el tiempo duerme,
Sevilla hiberna en tu manto
y toda su duda es cuánto
ha de mantenerse inerme.
Te vas y al compadecerme
todo mi pesar resuelves.
Al marcharte te disuelves
y esa eterna madrugada
se queda tras tu pisada.
Sólo amanece si vuelves.
Todo es noche tras tu día,
es otra vez el principio
y el verbo es un participio
que conjuga la agonía
de tu hermosa asimetría.
Eres fugaz en tu euforia,
por eso todo es memoria,
tu belleza es espejismo
que atrás deja un atavismo
donde cabe nuestra historia.
Eres ráfaga de un faro
que nos guía en el destierro,
eres cadena de hierro
que arrastramos con descaro
hasta el destino más caro
que pones a nuestro alcance:
el que está detrás del trance
de este destierro de Eva
que tu hermosura renueva
cada año en un romance.
Por delante eres un cuándo
en una hora inconcreta,
y por detrás calendario
que empieza otra vez la cuenta,
eres la raíz del árbol
que da la flor de esta tierra,
el interminable espacio
que queda tras tu certeza
y un extraño corolario
que nos deja en la indigencia
sin soberbia y sin boato.
Eres verdor de azotea,
el verde que está más alto
porque todo en Ti es alteza,
eres belleza sin calco,
quimera de la belleza
que avanza como un milagro
por la sombra de mi celda.
Eres un salvaje estrago.
Eres la más honda huella.
Eres columna de mármol,
mosaico de mil teselas,
San Isidoro del Campo
con esa biblia primera
que se escribió en castellano.
La gran Casa de la Exedra,
el Carambolo enterrado,
la Virgen guapa tartesa
que vieron los turdetanos
cuando sembraron la huerta
que llamaban de Macario.
La más hermosa enfermera
del hospital de tu barrio,
Catalina de Ribera,
aparición al rey santo
de mi Valme nazarena
allá en los Cerros de Cuarto.
Eres la llave maestra
con la que abrió San Fernando
el postigo de la Iglesia,
la que derrotó a los vándalos
de Gunderico y de Réquila,
la del Recaredo arriano
que abjuró de su nacencia
ante el obispo Leandro,
un santo de Cartagena
que con Isidoro el magno
fundó Sevilla la vieja.
La reina que por Trajano
es la única que impera
en el imperio mundano.
Eres la Sevilla eterna
que apenas dura un relámpago,
la eternidad pasajera,
la mayor luz de los astros,
reflejo de las vidrieras,
la vida que va humeando
su esperanza carbonera
cuando por Parras, llegando,
suspiran por Juana Reina
las cinco flores del Gallo.
Por detrás toda la escena
es el gentío en harapos
porque desnudo lo dejas.
Eres montaña en lo llano
y un túnel en candilejas
que esconde el viejo legajo
del hilo de la madeja
que dice “nomadejado”.
Eres el Nodo, la enseña
de la rendición de Sancho,
la mujer que más gobierna,
la del adorno engarzado
que se engalla en su silueta,
la del amargor salado,
almohade de Florencia
y mercader del pasado
que levantó sobre piedra
la catedral de los barcos
construida en la Edad Media
por orden de Alfonso el Sabio.
Al irte eres carabela
alejándose de Palos,
Colón partiendo de Huelva
para hallar lo nunca hallado,
la legión bajo la niebla
arrasando el decumano
de la Alfalfa a la Barqueta
y Escipión el Africano
conquistando Celtiberia.
Eres la que cruza el Cardo
con la centuria deshecha,
la emperadora de Adriano,
la Virgen de Julio César,
la que dejó a Justiniano
sin gobernar esta ceca,
la que curó con su encanto
la terrible peste negra,
la que acabó de un plumazo
con la mayor epidemia:
la de aquellos que atacaron
el tarro de las esencias,
esos que nunca aceptaron
cuáles son nuestras creencias
pero ante ti claudicaron.
Al venir eres la juerga
de la boda del rey Carlos
e Isabel la portuguesa,
eres Bonifaz al mando
de su flota de galeras,
eres huracán y caos,
eres la musa astillera,
la que derrotó al gabacho
de aquella invasión francesa
que esquilmó cientos de cuadros
pero no tu independencia.
Eres puerto milenario,
la Casa de la Moneda,
el sueño durmiendo en vano,
Casa Lonja de la Seda,
Magallanes con Elcano
dándole al mundo la vuelta,
eres ancla y astrolabio,
crótalo de danza griega,
Olavide dibujando
el mapa de tu grandeza
y Juan de Arfe tallando
la Custodia de tu herencia.
Eres dulce latigazo,
imparable ventolera,
eres el oro del sayo
que se duerme en tus caderas.
Eres paz y eres espasmo.
Eres la gran heredera
sin título nobiliario
del alba de la nobleza
cuando traspasas el Arco
y el eco de las almenas
te anuncia como un pilatos
que ya se dictó sentencia.
Cuando vienes eres marzo
abriendo la primavera.
Cuando te vas eres mayo
ardiendo en vivas candelas.
Por delante eres un rayo
que por detrás de Ti truena.
Por eso este humilde hermano
te exclama aquí su demencia.
Que me condene el teatro
por esta gran insolencia
y el Señor de ojos castaños,
el que a nosotros se entrega
con el semblante agachado
sin oponer resistencia,
el que escucha el triste fallo
del prefecto de Judea
sin poder ya ni mirarnos
y es uno más tras tu estela
caminando cabizbajo,
perdone mi irreverencia.
Que se deshagan los tramos,
que se rajen las nagüetas
y que se abollen los cascos
con las costillas abiertas
que visten esos soldados
que anuncian con sus cornetas
que Cristo está ajusticiado.
Que se derrita la cera,
cirios verdes y morados,
que suene en la calle Feria
la marcha de los armaos
y se calle la Alameda,
métele candela, Hidalgo,
que se aguante el que protesta,
que suene fuerte “Abelardo”,
que la gloria no molesta
y voy a acabar mi canto
por esta Esperanza nuestra.
Cuando pasa tan despacio
la Madre por nuestra vera
y van sus flores vibrando
como tiemblan nuestras piernas,
Ella es vaso de alabastro
de las lágrimas serenas
que derraman entre abrazos
las miles de magdalenas
que por detrás van quedando.
Y un veredicto en mis venas
mi sangre grita y ya callo:
la espera es pura impaciencia,
es costumbre sin ensayo,
pero al pasar es barrena,
es un ciclón sin reparo
como un arrastre en la arena
que nos tiene todo el año
guardando en nuestra alhacena
todo el tiempo sevillano.
Porque el tiempo aquí es la queja
de la flor de los naranjos
al morir en la colmena,
es la vida transitando
desde la amargura al néctar.
Y Sevilla es el letargo
que la Esperanza almacena
entre que se va de largo
y vuelve la Macarena.
Rito de Conclusión: a Sevilla
Mientras llega Ella, déjenme irme de aquí con una protestación de fe sobre este paraíso en el que pongo toda mi Esperanza. Ay, Sevilla…
Eres más cárcel que cuna,
pero eres mi libertad,
mi mentira y mi verdad,
la prisión de mi fortuna.
Eres el hambre que ayuna,
eres tiempo sin edad,
eres, oh vieja ciudad,
todas mis cruces en una.
Yo soy suelo de serrín,
soy la Trinidad de luto,
de los Olivares fruto
y un cimiento de adoquín.
Tú eres toque de clarín,
tierra amarga y agorera
que da voz a mi ronquera
para llamar al motín.
Tú mi dueña, yo tu esclavo,
tú eres aire, yo pulmón,
tú silencio, yo oración,
tú mi cruz y yo tu clavo.
Tú mi iglesia, yo tu fiel,
tú el sagrario, yo el pecado,
tú el perdón, yo el perdonado,
tú mi sangre, yo tu piel.
Tú el rocío de mi aurora,
blanca flor de mi semilla,
canto romo de la hojilla
donde ayer siempre es ahora,
y yo escritura sencilla
de tu palabra deudora
que ante tus versos se humilla.
Tú eres mi amor posesivo,
el oro de mi alianza
y ese soplo de Esperanza
del que siempre soy Cautivo.
Eres la que manda en mí,
en mi conciencia la única
y en mi deber una túnica
con pálpito carmesí.
Yo soy tiro sin cañón
para una bola de cera
que duerme en mi cabecera
y me apunta al corazón.
Tú eres mi letal veneno,
la que me quita la vida,
y yo en mi cobarde huida
siempre soy tu nazareno.
Tú eres el cielo en mi altillo
y Dios mismo en San Lorenzo,
yo soy un humilde lienzo
y tú el pincel de Murillo.
Yo Sentencia, tú justicia,
yo el macero, tú la maza,
yo soy el papel de estraza
donde escribes tu noticia.
Soy en tu puerta indigente,
la oscuridad abriendo hueco,
y tú el abismo de un eco
que dice “venga de frente”.
Yo soy siempre tu rehén,
tú eres mi celda y mi edén
y mi boca misionera.
Eres mi adentro y mi afuera,
eres mi cómo y mi quién,
tierra final y primera
que enterrará con desdén
el alma de mi quimera,
mi origen, mi último tren,
lo que perdí, quien me espera,
reloj parado en mi andén,
donde nací y donde muera,
mi principio y mi huesera,
mis alas y mi sostén,
mi destierro y mi bandera,
mi amada y mi carcelera,
mi Calvario y mi Belén,
y ante Dios, cuando Dios quiera,
mis dos palabras postreras
serán Sevilla y amén.
Fragmento del Pregón de la Semana Santa de Sevilla 2017
NHD. Alberto García Reyes
Fuente: Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Sevilla
Fotografía NHD. Álvaro Heras