Dos relojes
Llevaba dos relojes porque tenía todo el tiempo del mundo. Se lo dijo a Félix Machuca en una entrevista que deberían memorizar los alumnos de periodismo antes de empezar la carrera oficial. Se seguirá llamando Miguel Loreto Bejarano mientras suene el martillo del paso que nos acercó al misterio de la Semana Santa cuando éramos niños y teníamos todo el tiempo sin relojes de la infancia. De la dinastía de los Loreto. Miguel delante del frontal del respiradero y su hermano Manuel marcando el rancataplán que transcribió Antonio Burgos con ese oído que le regaló el Cisquero. Capataz y armao. Pluma y martillo. Coraza y corazón. Macarenismo de arco y puesto de calentitos, de confidencias y amores platónicos a la Muchacha que alumbra con el reflejo de sus mariquillas el mito de la taberna.
Ése era el universo de Miguel, un capataz de voz afilá que mandaba por Caracol. Ésa es la Sevilla que se nos va muriendo mientras nos obstinamos en parar los relojes como si el tiempo fuera una dársena. Allí pasó los últimos años de su nerudiana residencia en la tierra. En los patios donde florecen las rosas de Mañana. Junto a la Iglesia donde luce el mejor misterio estático de la ciudad. El entierro del Cristo que Roldán sacó de la madera y que ensambló Simón de Pineda. El capataz sabía que algún día lo llamaría ese Cristo a él, como él llamaba al Señor de la Sentencia cada Madrugada. Cuestión de simetría.
Se ha ido Miguel Loreto en este agosto de calores con el frío del olvido encajado en su cuerpo. Esa voz mandaba a los costaleros y sufría el mal del cangrejo que le devoraba la garganta. Paradoja barroca como el In ictu oculi de la canina que pintó Valdés Leal. En un abrir y cerrar de ojos pasamos del pañal a la mortaja. Del mármol al mármol, como decían aquellos costaleros antiguos que no conocían los relevos. Se ha ido el capataz de las madrugadas de repeluco y aguardiente, de aquella Semana Santa que se vivía sin necesidad del postureo 2.0 que degenera en las redes sociales.
En aquella entrevista del ABC había mucha Roma escondida. Entrevistador y entrevistado compartían ese gusto por lo romano, esa inclinación por la frase apretada, por la sentencia que todo lo dice en una frase. Herederos de la triple e griega que los romanos se apropiaron: escepticismo, estoicismo y epicureísmo. No saber nada, dominar las pasiones y vivir al día. Ahí, en esa sencillez decantada por Roma y su herencia hispalense está el núcleo de la sabiduría.
Ayer nos enteramos de que se le había parado el reloj a Miguel Loreto. El reloj que le marcaba la vida. El que miraba de reojo cuando escribía, como un émulo de su tocayo Mañara, el Discurso de la Sentencia. El otro reloj tiene cuerda para rato, y ya está en hora. Es el reloj de la muerte. Ahora comprenderá lo que encerraba la sentencia que le confió a Machuca. Ahora tendrá todo el tiempo del mundo para mirar el rostro de la que para los pulsos y los relojes. Reloj y hospital en la leyenda de la Macarena. A Miguel Loreto sólo se le ha parado un reloj. El otro está dando la Esperanza en punto. Y ahí se quedará.
Francisco Robles.
Publicado el 7 de agosto por abc.es/pasionensevilla/opinion/la-opinion-de-francisco-robles/