Miguel Loreto

8 agosto 2017
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Escribí una vez que sólo la Virgen del Rosario acuna a su Hijo con más ternura que sus costaleros macarenos. Y eso es obra de Miguel Loreto, capataz del Señor de la Sentencia durante 33 años, la edad que Jesús tenía cuando le sentenciaron, desde 1978 (como segundo) y 1980 (como capataz) hasta su retirada en 2011. Era la revolución de los hermanos costaleros macarenos apoyada por Martínez (basta el apellido para que todos sepan a quién me refiero: Martínez, así, a secas, sólo hay uno en la Macarena) ante Miura y González Reina, y encabezada por Luis León como capataz general de la cofradía. Luis dio al palio la gracia delicada y la alegría elegante que la Esperanza exige. Miguel dio al Señor de la Sentencia la dulzura que su mirada derrama, la divina modestia que proclama rey al sentenciado y el poderío que tan grande y hermoso barco reclama. Cómo puedan aunarse dulzura, modestia y poderío es uno de tantos misterios macarenos.

Miguel no era un gran técnico, dicen. Pero era un artista. Y amaba al Señor de la Sentencia con la total e indefensa entrega con la que sólo quien se sabe redimido por Él puede hacerlo. Los tres golpes de llamador eran sus tres golpes de pecho: primera llamada, por mi culpa; segunda llamada, por mi culpa; tercera llamada, por mi grandísima culpa. Y el Señor ascendía con tanta gloria como si en vez de en el Pretorio de su condena estuviera en el Tabor de su transfiguración, y el enorme paso andaba como si no pesara, y el inmenso barco navegaba como si flotara entre nubes, y el dilema entre el peso de la carne y la levedad del espíritu quedaba resuelto. Así cada santa Madrugada el Señor de la Sentencia -¿quién tuvo mejor confesor?- absolvía las madrugadas que le habían quebrado la voz hasta convertirla en ese quejío único, irrepetible, tan macareno, de noche flamenca al romper el día.

Todo esto pasaba mientras otras cuadrillas y capataces cogían fama a través del exceso que a veces parecía reducir la sagrada imagen a pretexto para su lucimiento. El caso de Luis, con la Esperanza, y de Miguel, con el Señor, fue el contrario: se pusieron al servicio de lo que el Señor de la Sentencia y la Esperanza dicen y son, como si la forma de llevarlos fueran tornavoces que hicieran sonar más alta y claras las palabras que proclaman desde los púlpitos de sus pasos. Y sigo mañana, porque Miguel Loreto es (no era, es: ante la Esperanza todos viven) mucho Miguel Loreto.

Publicado por NHD. Carlos Colón en Diario de Sevilla el 6 de agosto de 2017


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