El predicador de la Solemne Misa

7 octubre 2017
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El Rosario: contemplar la vida de Cristo con los ojos de María

El himno de Laudes de la fiesta de la Virgen del Rosario afirma que Rezar el santo Rosario, no sólo es hacer memoria, del gozo, el dolor, la gloria, de Nazaret al Calvario. Es el fiel itinerario, de una realidad vivida, y quedará entretejida, siguiendo al Cristo gozoso, crucificado y glorioso, en el Rosario, la vida.

Rezar el rosario es experimentar el gozo de adentrarse en la humilde morada de Nazaret para contemplar, asombrados, el anuncio de Gabriel a María y su sí incondicional; es acompañar a la Virgen fecunda que acude presurosa a socorrer a su prima Isabel y, con el estupor de los pastores, contemplarla como Madre de Dios en el portal de Belén. Es acompañar a la que es la Toda santa para que se purifique en el templo tras el parto y ver cómo Ella, cabal creyente israelita, ofrece a Dios a su Hijo primogénito. Es sentir la zozobra de María ante la pérdida de Jesús en el templo, y compartir su gozo contenido al encontrar al que es la Sabiduría de Dios, adoctrinando a los doctores y sabios de su tiempo.

Fco Juan Martinez Rojas

Rezar el Rosario es dejarse iluminar por la luz que hace destellar las aguas del Jordán cuando Jesús se hace bautizar por Juan para presentarse como siervo; es reconocer al invitado en las bodas de Caná como el Salvador, porque es capaz de transformar el agua en vino a instancias de su Madre, y semejante signo sólo lo puede hacer el dedo de Dios; es acoger la invitación a convertirse, a cambiar de vida, porque es el único modo de acoger el Reino de Dios; es ir aprendiendo, en el Tabor de nuestras vidas, que el candor refulgente con que resplandece Jesús sólo puede brillar tras la oscuridad del Calvario; es sentarnos a la mesa de la Eucaristía, como discípulos que somos del Cordero inmaculado, y comer su carne sacramental, sin la cual no tenemos vida en nosotros.

Rezar el rosario es convertirnos en ángeles confortadores del profeta de Nazaret, para recoger con primorosa ternura y compasión las gotas de sangre de su bendito rostro, derramadas por la angustia que le produce nuestro pecado; es sentir en nuestra carne pecadora los golpes con Jesús fue flagelado, y como reos dignos de condena, aclamar a nuestro rey, con espinas coronado; es hacernos cireneos para ayudarle a llevar la cruz recorriendo la Vía Dolorosa que culmina en el Gólgota, y allí, contemplar cómo muere con amor infinito, por amor a Dios y para que aprendamos a amarnos del mismo modo.

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Rezar el rosario es sentir la inquietud de las santas mujeres el domingo de Resurrección mientras corremos hacia el sepulcro de Cristo sabiendo que está vacío. Es mirar absortos, embobados al cielo, para sentir cómo en su ascensión Jesús tira de nosotros, de nuestra carne, y nos indica el camino, en cuya meta nos espera; es dejarnos abrasar por el fuego del Espíritu y, como en un nuevo Pentecostés, echarnos a la calle, como los apóstoles, a predicar con valentía que no se nos ha dado otro nombre que nos salve sino el de Jesús; es alegrarnos más que los ángeles porque María es llevada en cuerpo y alma a los cielos, sin desentenderse de nosotros, sus hijos, que día a día experimentamos su intercesión maternal, pues no en balde el Dios Uno y Trino la ha coronado reina de toda la creación, y nada de lo nuestro le es ajeno a Ella, que es la omnipotencia suplicante.

Rezar el rosario es contemplar la vida de Cristo con los ojos de María.

Ilmo. Sr. N.H.D. Francisco Juan Martínez Rojas, Vicario General de la Diócesis de Jaén y Deán Presidente de su Cabildo Catedral.


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