Ella es ella…
Quien no la ve y no recuerda a su abuela, esa mujer que le tocó vivir los desaires de una guerra y solo podía acogerse a la oración y a la Esperanza que ese dolor terminara. Esa primera imagen que tenemos en forma de estampita y azulejo.
Qué más dará si somos creyentes, laicos, agnósticos, practicantes… Todos estamos aquí porque fuimos alumbrados por nuestra madre, porque todos tenemos madre y porque todos somos hijos. Una madre es amor, siempre es amor a sus hijos; la que te alumbró dándote la vida y te la da cada día de su vida; la que tiene siete y mil puñales en el pecho por cada lágrima o sufrimiento. Una madre, una madre que padece el dolor por los hijos, es esa mujer que conmueve con su sufrimiento a cualquiera que goce de humanidad, un dolor tan humano que es imposible no emocionarse.
La culminación del amor a la madre, la mayor muestra de gratitud, la confirmación continua del amor, el pedestal de unos hijos a su madre… Y eso es María en todas sus advocaciones, tanto si se queda confinada en su camarín como si sale bajo palio o andas. Porque Cristo llevó una corona de espinas para que su madre llevara una de flores.
Porque nadie sabe ciertamente ni cómo, ni quién, ni cuándo ni porqué, ni de dónde la Esperanza llegó a Sevilla pero lo que sí se sabe que cada vez que esa VENERADA mujer baja de su camarín o cruza el dintel de su Basílica es inevitable ver una fusión de expresiones y de sentimientos, de ver una Sevilla y una Semana Santa de antaño y otra más actual y moderna, tantas generaciones ungidas por un mismo amor , de ver la emoción de los ojos de aquellos que tienen la cara de arrugas junto con la de los niños que fueron en su día, es un recuerdo de aquello que se fue y los que se fueron, es la esperanza en cada nuevo amanecer, es gente que sin mirarla la ve y otras que viéndola no pueden creerla…
Y que es el arte sino lo que inspira a escritores, músicos, cantantes… la búsqueda de la belleza, de esa creación que conmueva, que no nos lleve a la sombra de la indiferencia. El arte algo como algo que mueva y remueva. Es algo sensitivo, que huele como el nardo y el azahar en abril, que se escucha como notas musicales en silencio de la calle y que rompe en aplausos y vivas, que sabe a la misma gloria, es verla sin mirarla y no parar de admirarla, porque ella pasa y te pasa por encima, porque te mira y nunca lo haces dos veces de la misma forma (hablemos de geometría o simetría de lo que ustedes consideren). Que es la locura del cuerdo, la sin razón del cabal, la que hace que intelectuales abandone sus principios sucumbidos por ese sentimiento tan complejo y difícil de explicar, que hace que por unos instantes se deje la cabeza a un lado y se piense con el corazón.
Y que es el arte sino aquello que inspira, que crea, que mueve y remueve a las personas y todos los sentimientos que nos hace humanos, algo tan personal que crea percepciones tan parecidas pero a la vez tan diferentes en la gente… es la búsqueda de la belleza, un ideal quiasi humano quiassi perfecto.
Ella es ella, la que es perseguida por la devoción y la admiración; un museo andante y viviente; conjugada de amor; ungida con el sudor de todos aquellos que han hecho que Ella sea ella, desde aquel que la rescatara de un pedazo de madera, hasta aquel que borda con hilo de oro el terciopelo verde de su manto en el que acoge a todos sus hijos y a la misma Sevilla entera; teatralidad suspendida en el tiempo, la grandilocuencia del barroco; un juego de luces y sombras suspendido en una atmósfera imperante. El punto de mira de mira en la noche del jueves Santo, Andalucía no pestañea por no perderse su cara, el mundo te observa. Como dijo el pregonero “habrá muchas, pero como tú MACARENA ninguna”.
¿Y quién me dice a mí que esto no es arte?
Ahí quedó.
Lydia Gómez Muñoz
23 de octubre de 2017