El pintor Alfonso Grosso y el cartel de la Coronación de la Macarena
A lo largo de su dilatada trayectoria artística Alfonso Grosso fue un testigo activo de una época, de tres cuartos de siglo del discurrir de la vida, de las gentes y de las cosas de la ciudad de Sevilla. Era el 9 de diciembre de 1983 cuando Alfonso Grosso Sánchez, quien había nacido el día primero de septiembre de 1893, en el seno de una familia sevillana de mediana condición económica, fallecía en su ciudad natal. Con él desaparecía, no sólo un pintor fecundo y de gran prestigio, sino el último costumbrista de la escuela pictórica sevillana, entendido el costumbrismo como un ejercicio creativo y no redundante o reiterativo. Grosso escribió sobre sus cuadros: “ellos dirán con más elocuencia que yo lo que no sabría decir nunca con palabras”; y es cierto, así fue. Expresó con sus pinceles toda una teoría propia sobre la tipificación de la costumbre, a la manera de los realistas sevillanos de comienzos del siglo XX. Fue, como el mismo se definió, un “Pintor de Sevilla”. Para él la ciudad y lo que la rodeaba era “todo un milagro de luz y de color que si no sabemos conservar los sevillanos es porque no nos lo merecemos”.
La formación artística de Grosso se asienta sobre la base de un sólido adiestramiento en las Escuelas de Artes y Oficios Artísticos y Bellas Artes de Sevilla, desde el año 1907, al lado de profesores como los pintores Gonzalo Bilbao o Virgilio Mattoni, y asistiendo al estudio de un costumbrista tan excepcional como José García Ramos. Allí conoció y compartió inquietudes artísticas con jóvenes pintores sevillanos del momento: Santiago Martínez, Juan Rodríguez Jaldón, Miguel Ángel del Pino, José Lafita y otros.
Alfonso Grosso fue un artista de talante conservador, alejado del mundo de las vanguardias de finales del XIX y comienzos del XX. El poeta José María Izquierdo lo califica en los primeros años de su trabajo como “pintor de los patios y los jardines de Sevilla”, es decir pintor del regionalismo costumbrista de las décadas iniciales del siglo anterior. Sin embargo, la trayectoria artística de Grosso no se puede circunscribir sólo a esto, ni su estilo pictórico ser considerado sin más conservador. Antes y después de la realización de ese gran retrato colectivo que supuso el lienzo de la Inauguración de la Exposición Iberoamericana de 1929 por el Rey Alfonso XII, que se conserva actualmente en el Real Alcázar de Sevilla, su primera obra relevante, el trabajo de Grosso presentó características propias, nacidas de un intenso análisis y estudio, donde la gramática del colorido unida íntimamente a la poesía de la luz fue conjugándose en un estilo absolutamente personal. Las temáticas de su obra fueron diversas: buen paisajista de escenarios naturales y urbanos, bodegonista interesante, pintor de retratos de alta calidad (por sus pinceles pasó buena parte de la sociedad sevillana del siglo XX), motivos religiosos varios, etc. Hubo una temática que dio un sello característico a su quehacer, las escenas de interior en el ámbito de los conventos de clausura sevillanos, donde fue capaz de traducir a estos espacios íntimos y privados de la vida religiosa, la admiración que sintió por la pintura holandesa del siglo XVII y por artistas como Vermeer de Delf, Hooch y Metsu, aunque el espíritu creativo de Grosso participe en sus interiores conventuales o de diversos templos de una cierta inclinación naturalista muy sevillana, no exenta de matices populares. En definitiva, la madurez de Grosso nos habla de un realista, que se movió cómodamente en la tradición creativa, capaz de modernizar epidérmicamente su estilo a través de la riqueza cromática y de un oficio artístico sólido, sobrio y de calidad.
Como pintor que fue de Sevilla y de lo sevillano, la Semana Santa ocupó un papel importante en su obra. Tanto en los interiores de los templos como en las procesiones en la calle, Grosso intentó plasmar en sus obras, a veces con sentido demasiado tipificado, otras de manera más profunda e intensa, sus sentimientos ante las imágenes y los pasos de la Semana Mayor sevillana. Su Hermandad de la Macarena no podía quedar aparte en este conjunto temático en la obra de Grosso. A la Virgen de la Esperanza le dedicó diversos lienzos, siendo muy conocidos y ponderados los de La Macarena por la calle Parras, de colección privada, o el gran lienzo conmemorativo del primer centenario del Dogma Inmaculadista, colocado definitivamente en el crucero de la catedral de Sevilla el 29 de marzo de 1966, y en el que, como es sabido, la Esperanza Macarena fue modelo de la imagen de la Inmaculada Concepción.
En el año 1964, con motivo de la Coronación Canónica de tan Venerada advocación de la Santísima Virgen, la hermandad de la Macarena convocó un concurso para la realización del cartel que pregonara visualmente tan gozoso acontecimiento. Sin embargo, se decidió encargar la obra directamente a Alfonso Grosso, quien acometió un cartel ciertamente singular. En él, que la imagen de la Esperanza Macarena, ante un cielo azul estrellado, vestida de blanco con mariquillas en su cintura, toca de malla bordada y manto camaronero, porta su corona de oro en las manos; esa corona que ya lucía desde 1913 y que la Señora nos presenta como singular presea de la devoción macarena. La obra, que fue editada por el Ministerio de Información y Turismo y magníficamente impresa por los famosos talleres vitorianos de Heraclio Fournier. Su estilo artístico responde al de la madurez de Grosso: realista, luminoso, como buen admirador que fue de Sorolla, pero sobrio en la composición. Como indicó en una entrevista en ABC de Sevilla, en 1963, se consideraba un “pintor sincero”. Así vio este artista a la Esperanza Macarena y así la plasmó en el cartel de la Coronación.
La Hermandad de la Macarena posee un rico inventario de carteles de calidad conmemorativos de diversas efemérides, circunstancias y actos. En este acervo macareno figuran firmas como las de Carmen Laffón, Guillermo Pérez Villalta, Joaquín Sáenz, Francisco García Gómez, Juan Valdés, Juan Antonio Huguet Pretel, Juan Roldán, Daniel Puch, Ricardo Suárez y un largo etcétera de buenos artistas. Sin embargo, a mi leal saber y entender, y parafraseando al famoso pregón de Rodríguez Buzón, como el cartel de las Fiestas de Primavera de Sevilla de 1931 de Juan Miguel Sánchez, de vibrante modernidad y donde la Macarena en su paso era la protagonista, y como el cartel de la Coronación de Grosso, el expresión de los sentimientos de aquel momento; ninguno. Ambos artistas fueron amigos y compañeros en labores académicas. Ambos tenían un concepto de la pintura muy diferente: Sánchez más abierto a la in uencia de la modernidad y Grosso apegado a la tradición. Pero a los dos les unió, por vías disímiles de encargo y en momentos históricos distintos, María Santísima de la Esperanza Macarena.
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Artículo de José Fernández López, Catedrático del Área de Conocimiento de la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, publicado en Esperanza Nuestra nº 4 de 2014.
Aquí el artículo original publicado: ESPERANZA NUESTRA 4. CARTEL DE LA CORONACIÓN DE GROSSO