La Macarena, lejos y cerca

17 agosto 2018
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Jueves Santo 

Doy mi clase de poesía en la Universidad de Georgia. Mis estudiantes de doctorado me notan inquieto, distraído. Al fin, uno de ellos no aguanta más y me pregunta si ocurre algo, ya que parezco estar en otra parte.

El Jueves Santo no cesan las clases, pero yo sí ceso de ser el mismo. Las clases continúan durante la Semana Santa y no me acostumbro: mi memoria me lleva a otra tierra, a otro sitio, a la ciudad donde nací y a la que siempre acudí mientras vivía en Madrid. Nunca falté a la madrugada del Viernes Santo y a mi cita esencial con la Esperanza Macarena. Dentro de pocas horas –en España van más adelantados de tiempo que en Estados Unidos-, la Macarena sale a la calle.

Interrumpo la clase para hablar de la Semana Santa y de la Virgen Macarena.

-¿Por qué no trae usted un día algunas diapositivas o un vídeo de la Virgen?

En mi clase hay un español y dos hispanoamericanos que han leído y oído sobre la Macarena, faltaría más. Insisten junto a los otros.

Les digo que no. Pueden si lo desean acudir a internet, pero no es igual. Deben ver a la Virgen allí, en su ciudad, en su templo y en sus calles. Para sentir la maravilla. La Macarena, si no se la ve en su tierra, es como si la hubieran traducido.

El dolor

Muchos años después, recién jubilado, ya puedo ir a Sevilla cuando quiera. Lo que refiero ahora sucedió en otoño. Vamos mi mujer y yo a la basílica de la Virgen. Están diciendo misa y nos sentamos. De pronto, el dolor, un dolor atroz en mi costado, un dolor tan fuerte, tan exclusivo, que temo perder el sentido. Y no puedo moverme, es como si me hubieran clavado en el banco y allí esperase la muerte convertido en la figura congelada de la desesperación. Y ese dolor ha surgido mientras miro a la Virgen. El dolor más grande de mi vida.

¿Cómo es posible? Y aparece la desconfianza, la duda, el resentimiento. ¿Así me recibe quien –se supone- sólo sabe responder con la protección y la gracia? Deseo marcharme, así se lo digo a mi mujer, pero imposible moverme. Me siento rechazado, traicionado. En estos momentos me creo envuelto en las sombras iniciales de la muerte. Tengo mucho frío.

Pasó el terrible dolor. Me echan otra vez a la vida, al movimiento, ¿a la alegría? Miro a la Virgen. De modo que tal es el pago que yo recibo por mi visita. Al menos no acabé allí mi vida.

Decía un santo muy mariano, Antonio de Padua, al que convendría despojar de cierto barniz de amaneramiento que Señor Sentenciaalgunos le han adjudicado: menudo era él frente a los prelados corruptos o los ricos que juntaban sus dineros robando a los pobres, decía san Antonio que “las lágrimas son la sangre del alma”. Sigo mirando a la Virgen, las cinco lágrimas de su rostro, sangre
del alma de la madre por la sangre del hijo. No es verdad que el rostro de la Virgen exprese un gesto risueño, ahí no cabe el gozo, he leído lo del gozo, su dolor es sereno, pero un dolor tremendo, inolvidable, dolor por el hijo torturado y asesinado ante sus mismo ojos. Las lágrimas son cinco escándalos, cinco desolaciones, y se corresponden con las cinco llagas en las manos, los pies y el costado de Cristo.

… El costado de Cristo. Y mi costado.

Mi dolor me parece de pronto una broma. Ser hombre o mujer implica un sello de garantía: el dolor, sin el cual la existencia valdría poco, le faltaría calidad. Otra vez cito a san Antonio: “No podemos entender nuestra dignidad sino en el espejo de la cruz”. San Antonio llamaba a la Virgen “Esperanza nuestra”.

La edad de la Macarena

Esperanza Macarena antiguaLa edad que representa la Virgen de la Esperanza, ¿cuál es? Pienso en las caras –por ejemplo- de las otras Vírgenes que salen en la madrugada del Viernes Santo. Virgen de la Concepción (Silencio). Del Mayor Dolor y Traspaso (Gran Poder). De la Presentación (Calvario). De la Esperanza (Triana). De las Angustias (Gitanos).

En ninguna se refleja la edad de la Virgen al morir Cristo: casi cincuenta años. Son estas Vírgenes de la madrugada más jóvenes que la histórica María, pero la Macarena parece más joven incluso. He preguntado a algunas personas sobre el tema y las respuestas cubren un tiempo entre los veinticinco y treinta años de edad. Una mujer más joven que su hijo.

Los que conocen, por visita al Vaticano o por reproducciones, la Piedad de Miguel Ángel recordarán la juventud de la Virgen, que sostiene en su regazo el cuerpo muerto de un Cristo que Miguel Ángel no quiso rejuvenecer. La explicación la da el mismo escultor: María es la casta entre las castas, la virgen entre las vírgenes, y si la castidad –así dice Miguel Ángel- mantiene en las mujeres el frescor del cuerpo, ¿cómo podría él representar a la Madre de Dios sino jovencísima, casi una niña?

Cada vez que contemplo a la Virgen de la Esperanza me parece más joven, y no es porque yo vaya siendo más viejo (que lo soy) ni porque Ella se quite años. Es porque el tiempo no pasa por su cara, convertida en rosa de eternidad.

***

Selección de algunas de las escenas literarias que Manuel Mantero, Premio Nacional de Literatura, escribió para el Esperanza Nuestra 2 (año 2012).

Manuel Mantero


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