José Gómez Ortega y Sevilla

La tarde de Talavera
grabada a fuego en el alma,
la brisa quieta quedó,
el dolor rompió la calma,
el toreo enmudeció
en la arena de la plaza,
cuando el toro “bailaó”
a Joselito alcanzaba,
quitándole así la vida
la muerte se lo llevaba,
en su plena juventud
consternando a toda España.
Don José Gómez Ortega,
torero de pura raza,
príncipe de la Alameda
era de etnia gitana,
él era benefactor
de la Hermandad que él amaba,
enamorado vivió
de la morena más guapa,
que había en toda Sevilla
su Virgen de la Esperanza.
Y fue tal la conmoción
de aquella mortal cornada,
su Virgen amaneció
completamente enlutada,
por la muerte de su hijo
el llanto anegó su cara.
Y Sevilla “enloqueció”
llorando su pena amarga,
celebró su funeral
a los pies de la Giralda,
la Catedral de Sevilla
también quedó desolada,
cuando despidió su cuerpo
sollozaron las campanas,
pero aquella despedida
no gustó a la aristocracia,
él era un hombre del pueblo,
torero de etnia gitana,
no era un hombre importante
de la clase sevillana.
Y fue tal la “polvarea”
de aquella crítica insana,
que Don Muñoz y Pabón
escritor de pluma sabia,
canónigo y literato
removiendo las entrañas,
escribió en un diario
de la prensa sevillana,
defendiendo el funeral
del Rey de la tauromaquia,
criticando ferozmente
a la alta aristocracia.
La Sevilla popular
la que a José idolatraba,
gustó tanto esa defensa ,
gustó tanto sus palabras,
recolectaron caudales
de una manera espontánea,
regalándole al canónigo
una pluma estilográfica,
con un gallo y un estoque
y así le dieron las gracias.
De esta forma tan sencilla
tan verdadera y tan llana,
la Sevilla más humilde,
la que a José lo esperaba,
reconocieron su esfuerzo
su torería, su magia,
con un selecto presente
que al canónigo encantaba.
Cuando la tuvo sus manos
la emoción se desbordaba,
pensó Muñoz y Pabón
el valor que atesoraba,
aquella pequeña joya
que Sevilla regalara,
y él tuvo una gran idea
quizás nadie lo esperaba,
¿dónde dormiría esa pluma?
¿dónde quería guardarla?
Y estrechándola en sus manos
se dirigió ante sus plantas,
no encontró mejor lugar
donde poder cobijarla,
se la regaló a su Virgen
la que José adoraba,
por la que bebió los vientos
por la que él suspiraba.
Y desde entonces encuentra
a los pies de una espadaña,
siendo parte del ajuar
de la morena más guapa,
de la que vive en San Gil,
junto al arco y sus murallas,
de la Virgen que José
desde niño veneraba,
su Virgen de cabecera
la de su arrugada estampa,
a quien rezaba en silencio
soñándola en su almohada,
esmeraldas en su pecho
que José le regalara,
la que lo acunó en sus brazos
aquella tarde nefasta,
la que envuelve su misterio
quien conoce sus secretos,
su Virgen de la Esperanza.
José María Hidalgo Pérez