José Gómez Ortega y Sevilla

25 noviembre 2021
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La tarde de Talavera

grabada a fuego en el alma,

la brisa quieta quedó,

el dolor rompió la calma,

el toreo enmudeció

en la arena de la plaza,

cuando el toro “bailaó”

a Joselito alcanzaba,

quitándole así la vida

la muerte se lo llevaba,

en su plena juventud

consternando a toda España.

 

Don José Gómez Ortega,

torero de pura raza,

príncipe de la Alameda

era de etnia gitana,

él era benefactor

de la Hermandad que él amaba,

enamorado vivió

de la morena más guapa,

que había en toda Sevilla

su Virgen de la Esperanza.

  

Y  fue tal la conmoción

de aquella mortal cornada,

su Virgen amaneció

completamente enlutada,

por la muerte de su hijo

el llanto anegó su cara.

 

Y Sevilla “enloqueció”

llorando su pena amarga,

celebró su funeral

a los pies de la Giralda,

la Catedral de Sevilla

también quedó desolada,

cuando despidió su cuerpo

sollozaron las campanas,

pero aquella despedida

no gustó a la aristocracia,

él era un hombre del pueblo,

torero de etnia gitana,

no era un hombre importante

de la clase sevillana.

  

Y fue tal la “polvarea”

de aquella crítica insana,

que Don Muñoz y Pabón

escritor de pluma sabia,

canónigo y literato

removiendo las entrañas,

escribió en un diario

de la prensa sevillana,

defendiendo el funeral

del Rey de la tauromaquia,

criticando ferozmente

a la alta aristocracia.

 

La Sevilla popular

la que a José idolatraba,

gustó tanto esa defensa ,

gustó tanto sus palabras,

recolectaron caudales

de una manera espontánea,

regalándole al canónigo

una pluma estilográfica,

con un gallo y un estoque

y así le dieron las gracias.

 

De esta forma tan sencilla

tan verdadera y tan llana,

la Sevilla más humilde,

la que a José lo esperaba,

reconocieron su esfuerzo

su torería, su magia,

con un selecto presente

que al canónigo encantaba.

 

Cuando la tuvo sus manos

la emoción se desbordaba,

pensó Muñoz y Pabón

el valor que atesoraba,

aquella pequeña joya

que Sevilla regalara,

y él tuvo una gran idea

quizás nadie lo esperaba,

¿dónde dormiría esa pluma?

¿dónde quería guardarla?

Y estrechándola en sus manos

se dirigió ante sus plantas,

no encontró mejor lugar

donde poder cobijarla,

se la regaló a su Virgen

la que José adoraba,

por la que bebió los vientos

por la que él suspiraba.

 

Y desde entonces encuentra

a los pies de una espadaña,

siendo parte del ajuar

de la morena más guapa,

de la que vive en San Gil,

junto al arco y sus murallas,

de la Virgen que José

desde niño veneraba,

su Virgen de cabecera

la de su arrugada estampa,

a quien rezaba en silencio

soñándola en su almohada,

esmeraldas en su pecho

que José le regalara,

la que lo acunó en sus brazos

aquella tarde nefasta,

la que envuelve su misterio

quien conoce sus secretos,

su Virgen de la Esperanza.

 

José María Hidalgo Pérez

 

 


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